Imagine un mundo en el que se celebrasen elecciones todos los días; en el que los presidentes de las mesas electorales fueran sustituidos por cajeros y las urnas de metacrilato por máquinas registradoras; un mundo en el que las marcas reemplazasen las siglas de los partidos políticos y los ciudadanos fuesen, simplemente, consumidores. Para sobrevivir en ese mundo en constante referéndum, tendríamos que conocer el programa político de cada empresa y exigir responsabilidades en caso de incumplimiento.
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