El pasado 25 de septiembre, Sandra se estaba duchando cuando empezaron a aporrear su puerta. Se vistió como pudo y al abrir, dos funcionarias y varios policías le dijeron que tenía que dejar la casa inmediatamente. La apresuraron a coger sus cosas —"los sofás, la tele, todo ¡fuera!"— y dejar la que ha sido su casa durante dos años en el madrileño barrio marginal de San Cristóbal de los Ángeles.
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