En cuanto escucharon los gritos procedentes de aquella celda del Módulo 1, en la madrileña cárcel de Soto del Real, los funcionarios echaron a correr hacia el habitáculo. Allí pudieron comprobar tres cosas: la primera, el suelo bañado en la sangre. La segunda, el cadáver en el suelo del mayor de los internos, con el rostro prácticamente irreconocible. "Nadie daba crédito a tremenda paliza. Lo destrozó vivo".
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