Forman un ejército de decepcionados, de frustrados. Cruzaron la frontera para unirse a la cruzada de Juan Guaidó, dejaron atrás todo y pusieron sus vidas en riesgo, y tres meses después les anuncian que se deben unir a la legión de simples emigrantes. Es tal el desencanto tras las eternas semanas de brazos cruzados, que alguno no descarta presentarse ante las huestes chavistas como arrepentido y gritar al mundo que el presidente Guaidó le dejó tirado. Son setecientos, entre militares y Guardias Nacionales, y trescientos familiares.
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