Manuel Oliver habla fuerte, con precisión y siempre mirando a los ojos. Está bravo, tiene "arrechera" como le dicen a la rabia en su natal Venezuela. Y esa furia combinada con la "tristeza infinita" que le dejó el asesinato de su hijo, Joaquín, de 17 años, en un tiroteo masivo dentro de la escuela secundaria Stoneman Douglas de Parkland, Florida, en 2018, es el motor de su vida diaria, de su activismo.
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