La salud mental de los jóvenes está comprometida. No la de todos, eso que quede claro, pero sí la de muchos más que antes. Hace casi tres años que el covid-19 llegó y arrasó con todo y cuanto pudo. El virus acaparó la atención al completo. Era la prioridad, como no podía ser de otra forma. Sin embargo, y a medida que las cifras de casos bailaban entre olas, un problema de salud pública crecía en silencio. Al menos hasta ahora, cuando los datos numéricos empiezan a ser los protagonistas.
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