La aplastante victoria del Partido Popular en las elecciones autonómicas gallegas confirma la sospecha de que, en política, importan más las sensaciones que los hechos y las palabras. El electorado gallego confirma su carácter conservador y desconfiado, y renueva su fe en quienes están aquí desde siempre, en quienes siempre han ganado, en quienes siempre han sido sus gobernantes.
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