Orwell tenía en realidad dos convicciones: la primera, que el lenguaje estaba en decadencia, y la segunda, que las causas de esa decadencia eran políticas. El lenguaje se había convertido en un arma al servicio de los peores males de la política de su tiempo: las ideologías totalitarias, las adhesiones inmutables o la negación de la verdad. Y por eso la escritura política era la peor de todas. Los discursos, los panfletos, los manifiestos y hasta las columnas de opinión se escribían en un dialecto especial, una neolengua primigenia...
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