Defender la democracia, con todas sus imperfecciones, tiene un precio, pero el coste derivado del conflicto en Ucrania no puede implicar un mayor sacrificio para colectivos que están al límite ni actuar con cobardía frente a las grandes corporaciones. El título de este artículo es prestado y surgió a raíz de los razonamientos de un veterano colega, experto en política internacional, que hace unos días en un almuerzo planteaba esta reflexión. ¿Qué costes estamos dispuestos a asumir?
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