Vivimos abrumados por toda clase de emergencias, desde la emergencia climática hasta la emergencia democrática. Propongo una cosa que de entrada sorprenderá, pero que pienso que es una buena idea: hagámonos amigos de las emergencias. De las dos anteriores y, también, de la emergencia lingüística que vive la lengua catalana en la ciudad de Barcelona, que es el tema de este artículo.
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