La doctora Sue Cunliffe, que comenzó a recibir TEC en 2004, declaró a The Independent que el tratamiento «destruyó por completo» su vida: Al final, no podía reconocer a familiares ni amigos. No podía contar dinero. No sabía leer la tabla de multiplicar. No podía desplazarme. No podía recordar lo que había hecho de un minuto a otro.
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