Pero ayer por la tarde me traspasó un curioso subidón que me catapultó hacia el asfalto. Me apetecía fisgonear los maceteros de la plaza del Ayuntamiento, así pues, hasta allí dirigí mis pasos. Enfilar a las 4 de la tarde la calle Ribera y no cruzarme con nadie supuso un impacto extraordinario. Resultaba muy extraño.
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