El poder imparable de la tecnología digital implica que, para extirpar la competencia, los grupos de presión deben forzar a las administraciones a prohibir la libertad en cosas esenciales: a quién alojas en casa, a quién llevas en coche, o quién tiene acceso a la energía eléctrica de tu placa fotovoltaica. Desprestigiar mediáticamente a la economía colaborativa embutiéndola en un disfraz disparatado tiene coste social. Reducirla a multinacionales con sede en Delaware es una trampa. Se trata de la economía de las familias.
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