A principios de verano aplaudíamos la gestión israelí, basada en la "inteligente asesoría" de un grupo de matemáticos. En septiembre, con los contagios disparados, Israel era el modelo de todo lo que no había que hacer, como por ejemplo abrir las escuelas. Hoy, dos meses después, hay un cierto consenso en que el riesgo de abrir las escuelas es asumible. Desde marzo hemos aventurado tantas hipótesis erróneas que la población empieza a desconfiar de los expertos. Pero no es un problema epidemiológico, sino epistemológico
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