La propagación de las teorías de conspiración estadounidenses de cosecha propia, las creencias en la superioridad racial, el extremismo antigubernamental y otras manifestaciones de odio e intolerancia se han convertido en un problema tal que algunos de los aliados más cercanos de los Estados Unidos, Australia, Canadá y el Reino Unido, han designado tanto a los grupos estadounidenses como a los ciudadanos como terroristas extranjeros.
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