El deterioro del imaginario fascista, de su sentimentalismo agresivo, ha llevado a un fascismo disfrazado de progresismo que basta con arañar un poco su superficie, por ejemplo disintiendo, para que aparezca en su auténtica faz. O lo que es lo mismo, no asume que es un fascista violento que si pudiera te machacaría la cabeza o te desterraría, pero que se lo impide la exigencia previa de arrebatarte los derechos que has conseguido tras años de pelea y que en Cataluña no garantizan los voceros, sino una legislación que tratan de menoscabar.
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