Aquel domingo del verano de 1897, en el balneario guipuzcoano de Santa Águeda, se respiraba la tranquilidad habitual y nada hacía vaticinar la tragedia. Las aguas termales sulfurosas eran un magnífico tratamiento para los achaques de glucosuria (la presencia de glucosa en la orina) que, a sus 69 años, padecía el presidente del gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, cliente habitual del establecimiento por esas fechas.
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