Con el estallido de la burbuja inmobiliaria, los bancos tuvieron que adjudicarse miles de inmuebles, especialmente pisos y viviendas, lastrando su balance y dañando su capacidad de dar crédito. Pasada una década, el problema sigue más que vigente sin que las entidades parezcan haberse dado excesiva prisa por desprenderse de este ladrillo.
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