También era marzo cuando vi caer a un chaval por el viaducto de Segovia, una tarde lluviosa en Madrid el día en que ETA anunció aquella tregua, con su soberbia tosca y pueril habitual. Se llamaba Edu, me enteré después. Como el Baroja que vio al condenado a muerte con las alpargatas fuera de los pies, ya una vez llegada su hora, en una imagen que lo perseguiría siempre, yo también recuerdo el reguero de sangre espesa cayendo calle Segovia abajo, fundiéndose con la lluvia de la nueva primavera sin terrorismo que Edu, un chaval de dieciocho años.
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