El agua se ha convertido en una de las armas más poderosas del Estado Islámico, que concentra sus fuerzas en tomar el control de ríos y presas tanto en Siria como en Irak. La eficacia de esta arma se ha multiplicado ante la incapacidad de los países árabes para llegar a acuerdos sobre cómo gestionar los periodos de escasez.
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