La timba avanza entre risas y eventuales gestos de euforia. Al futbolista le está yendo bien porque no para de acumular fichas. El repartidor llama al timbre, se interrumpe el juego. Entrega las pizzas, se hace un selfi con el jugador portugués y se va. La partida se reanuda, está acercándose el clímax. Sólo quedan el futbolista y una chica, sentada enfrente. Él se lo juega todo; la concurrencia lo celebra. Ella pierde; él gana.
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