A los 31 años, los médicos me dijeron que si no dejaba de beber alcohol, podría morir. Quedé impactada, porque no bebía todos los días, nunca bebí a solas y cuando bebía lo hacía como una actividad social que disfrutaba, no porque sintiera que dependía del alcohol. Pero por definición, mi consumo de alcohol desde mi adolescencia tardía hasta finales de mis años 20 se podría considerar como exceso alcohólico. Me sentía normal porque la gente en mi entorno hacía lo mismo y, ahora, la situación me estaba pasando factura.