Por eso a Hirsch, que ahora funge como administradora municipal, le sorprendió la hostilidad, el miedo y la ira que vio el pasado otoño, cuando los residentes se enteraron de que varias docenas de refugiados iban a empezar a llegar de forma legal a esta comunidad de unos 70.000 habitantes. Los contrarios a la medida propagaron información errónea — incluso en una valla publicitaria — acerca de cuánta gente vendría y de dónde, y los vecinos llenaron una reunión municipal para protestar por las reubicaciones.
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