Esta es la historia de un joven que tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
Pronto la puerta se llenaba de clavos. Pero, a medida que aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta.
Descubrió que podía controlar su genio, pues el clavar le hacía pensar sobre su mala actitud.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter y ya no tenía razón de clavar.
Después de informar a su padre, éste le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra controlar su carácter.
Los días pasaron y el joven pudo finalmente anunciar a su padre que no quedaban más clavos para retirar de la puerta. Era ciertamente un gran logro, pero su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta.
Le dijo: "has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos hoyos en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que tú pierdes la paciencia, dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves. Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero la herida permanece y el mal se propaga. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física. Ahora hace falta trabajar mucho más para que la puerta quede como nueva. Hay que reparar cada agujero y muy difícilmente lograrás que quede como nueva.”
Comentarios
Había un joven aprendiz de alfarero japonés que quería hacer las vasija más hermosa del mundo para regalársela a su amada, que cada día traía flores del prado cercano y adornaban y daban vida a la casa.
Pidió consejo a su maestro y juntos empezaron desde el diseño, dedicaron los mejores materiales y el mayor cuidado, en el torneado de la cerámica más fina, en la selección de los los pigmentos del esmalte, en la cocción homogénea para un vidriado perfecto.
Tras largas horas de dedicación y destreza el jarrón ya había salido del horno y juntos lo contemplaban:
-Es perfecto. Le encantará, ha valido la pena tanto esfuerzo.
Sin embargo el maestro no compartía su opinión: -No está acabado, falta algo más.
-¡Pero si es perfecto! No tiene la menor irregularidad, es como la superficie de un lago en un día sin viento.
-Ése es el problema. Rómpelo.
-¿Cómo? El aprendiz miraba con estupefacción y el rostro desencajado a su maestro.
Discutieron gravemente. El jarrón terminó roto y el aprendiz tardó largo tiempo en volver por el taller.
Tras el saludo, cuando trataba de esbozar las primeras palabras de reconciliación el maestro le interrumpió:
-Tengo algo para ti.
Algunos sostendrán que el jarrón no era perfecto sin en efecto se pudo mejorar.
Yo en cambio soy de la opinión de que ya era perfecto. Luego simplemente fue sublime.
Y claro que el aprendiz volvió a dudar de su maestro, pero fue mucho tiempo después.
Y claro que no fue así como nació el kintsugi, pero eso ya es otra historia.
Lo que de verdad es interesante es que, de no romperse, jamás hubiera superado la perfección.
Es un concepto bonito y me pareció buen título para una maquetilla:
#0 Juraría que ya había leído esto por aquí
#1 Tanto la historia como la letra de esa maquetilla, como tú la llamas, no tiene desperdicio.
Lo otro no lo pillo bien. Si he subido algo duplicado fue por error, lo siento.
#0 cada vez te superas este es su línea, más que perfecto como dice #1.. por cierto, podrías haberlo puesto, sería bienvenido
#1 observando, observando, veo que en un comentario no tiene visibilidad y es una buena historia.
¿No te animas a subirla?
#5 ya la ha visto quien la tenía que ver y tampoco va a tener mucho más recorrido como envío pero se agradece la valoración 😉
Si cambias "clavo" por "calvo", queda más divertida.