Transcripción de la discurso pronunciado por D. Segismundo Téllez, catedrático de represiones freudianas de la Universidad de Navarra, ante el Claustro de doctores con motivo de su nombramiento como Doctor Honoris Causa por esta universidad.
“Excelentísimo señor Rector, dignísimas autoridades, ilustrísimos doctores, señoras y señores:
Permítanme empezar con una obviedad: en internet no entra gente de todas clases. Los lugares seleccionan a los individuos del mismo modo que los individuos seleccionan los lugares. Según la clase de sitio, así será el tipo de personas que lo frecuenten.
Las personas que entran en las charlas de internet se caracterizan por un cierto nivel adquisitivo (un ordenador no lo tiene cualquiera y las conexiones telefónicas no son gratis) por el hecho de que están dispuestas a invertir tiempo y dinero en hablar o relacionarse con los demás.
El progresivo empobrecimiento de las relaciones humanas, la erosión del carácter y el temperamento a través de modalidades laborales abusivas y el actual gusto por los sucedáneos, han determinado la eclosión de la red como un pujante medio de impulsar las relaciones sociales, e incluso las afectivas.
En estas últimas nos centraremos.
Siendo comúnmente aceptada la estupidez de que el ser humano es monógamo, concluimos necesariamente que las personas que entablan una relación afectiva en internet lo hacen por no tenerla en otro sitio. Los que buscan pareja en la red lo hacen porque no la tienen en su ambiente, ni en su ciudad, ni en sus alrededores. También porque, por alguna razón, encuentran dificultoso buscarla en esos ámbitos.
Un somero análisis de esas personas nos lleva al extremo de que su desarraigo, la escasa calidad de su vida personal, lo depauperado de su entorno y/o de sus relaciones más próximas, les obliga a usar de un medio tan frío e impersonal para relacionarse. Poner la afectividad en una persona que vive lejos y de la que sólo se conoce un mote autoimpuesto denota tal nivel de inmadurez que raya en la estulticia más severa. Esta afirmación, que puede parecer exagerada a primera vista, se sostiene perfectamente si nos paramos a razonarla: poner la afectividad en un lugar donde la gente se trata porque no se conoce, no puede ser bueno; dejar los sentimiento para un perpetuo carnaval donde cada cual elige y cambia a diario su nombre y su personalidad no puede ser sano; basar las relaciones humanas en la absoluta carencia de rostro y de pasado no puede ser razonable; dejar una faceta como la afectividad, tan importante en la vida, para un lugar donde nada tiene importancia, donde todo se subsana variando un apodo insulso no puede ser cabal.
Un individuo adulto, mentalmente equilibrado, sólo se conformaría con semejante relación platónica si es lo máximo que puede conseguir. Si nos preguntamos ahora, como es lógico, por qué no puede conseguir otra cosa, nos encontramos con los verdaderos pilares sobre los que se asientan los amores de internet: inseguridad, desarraigo, complejos diversos, aislamiento, falta de espacio social donde desarrollarse plenamente, apatía, miedos, etc...
Para identificar a los individuos capaces de sostener un romance en estas condiciones es útil conectarse a la red un viernes o un sábado a eso de las once de la noche. Quien a semejantes horas, tradicionalmente dedicadas al esparcimiento y a las relaciones sociales, permanezca en su casa pegado a una pantalla, se identifica a sí mismo como una persona con problemas a la hora de relacionarse.
Un análisis más detallado de estos individuos, realizado entre doscientos participantes en un foro de amistad y relaciones, ha sido completamente revelador: la presencia habitual en esos lugares de aburridos, cuarentonas, obesos, divorciadas, neuróticos, ninfómanas, diletantes, adefesios y pederastas, no hace sino confirmar nuestras tesis.
No obstante y por eso mismo, proponemos que se alienten y financien los servidores destinados a las charlas por internet: Al menos, mientras está ahí toda esa gente, ni estorba ni salpica.
Muchas gracias.”