Sujétame el cubata (8) Final

 

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Final.

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Esos años se me hicieron eternos, la vida “normal” era muy aburrida para mí. Voy a resumir la cosa, que me voy a quedar sin cinta. Inés “delalmamía” había comprado la casa de Ernesto al no dar ni éste ni Ana señales de vida. Se inició una búsqueda pero con poco interés. A los barandas que estuviera muerto o se hubiera largado con ella al Caribe les daba lo mismo. Eso sí, en cuanto levantara la cabeza, duraría poco. No sabían que ya estaba fiambre.

Como Carlo les había estado dando tan buenos resultados, lo nombraron sustituto de Ernesto. Yo con él hablaba poco, teníamos poco de qué hablar, nos veíamos una vez cada equis meses y poco más. Ni se metía conmigo ni yo con él. Yo a mis taxis y mis peluquerías. Él a iniciar nuevos proyectos. No me encargó ninguno, el muy hijodeputa. El italiano se había trasladado a la antigua casa de Ernesto. Ahí me la jugaba, pero confiaba en que su pésimo gusto para el arte le hiciera despreocuparse de cuadros, esculturas y demás puñetas. A él sólo le gustaba la cosa de látigos y cueros. Nunca me enseñó la nueva sala que tenía para lo suyo, pero se sabía que estaba en el sótano, que había hecho remodelar entero.  

Con Inés la cosa estaba rara y tensa. No era la misma, o sí. Ya no sé si...

-¿Hola? Coño, Inés, ¿qué haces aquí?

-Tengo llave, ¿recuerdas?

-¿Y vienes a verme con guantes y una pistola con silenciador en la mano? 

-Vengo a por la cinta.

-¿Qué cinta?

-La que estás grabando.

-¿Esta?

-Esa.

-Ah, ya, así que has sido tú la que ha mandado que me sigan estas últimas semanas, ¿verdad?

-Ya ves.

-Ya veo.

-La cinta.

-Siéntate, ¿un pelotazo?

-¿Por qué no? Gintonic.

-Pues era gente muy profesional.

-Pagamos bien. Y tú no tenías por qué haber complicado tanto las cosas. Te he dado toda la ayuda que...

-¿Y a ti qué más te da? ¿O es que tus negocios legales han dejado de serlo?

-No, todos son legales. Gracias a Dios.

-Dios. El mismo que te está viendo ahora mismo con una pistola en la mano y me amenaza. Ja.

-“Oh, señor, Dios de las venganzas, oh, Dios de las venganzas, ¡resplandece!” Salmos. No se puede salvar a todo el mundo y tú has sido mi mejor ejemplo. Tengo que enmendar mis errores y pagar mis culpas.

-Y tus culpas las pago yo. Cojonudo.

-Es la mano de Dios la que guía la mía.

-Toma, tu bebercio. Yo sigo con mi coñac.

-¿Qué pasó con Ana?

-Murió. No la maté. Murió. ¿Qué pasó con su pasta?

-La tengo guardada desde el principio, en dos cajas fuertes.

-Ah, por eso no la encontraba.

-Por eso y porque Ana me contó vuestro plan.

-Era suyo, no mío.

-Bueno, esto se acabó. Dame la cinta.

-Me termino la copa. ¿Cómo sabes que no tengo papeles guardados por ahí para cuando muera?

-Porque no los tienes, nunca has tenido cabeza para lo importante.

-Me queda poca vida. Al menos, así termino rápido. Apunta bien, que con silenciador se falla mucho.

-Qué ginebra más asquerosa. Sabe a demonios...

-Le he puesto bolitas de nosequé... Esas que ponen en el club de golf.

-Me hubiera gustado que hubieras cambiado a mejor, que te unieras a la luz, pero preferiste el sendero de la oscuridad.

-Y como no lo consigues, me das pasaporte.

-Adiós.

 

Fuupd-fuupd-fuupd.

 

Clac.

  

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