Resumiendo mi vida ante los ojos de la muerte

Vino a buscarme súbitamente, tomando la forma de un anciano transparente. Tomó mi mano y todo se hizo blanco. Volábamos hacia arriba en un espacio totalmente homogéneo, sin ningún detalle que me sirviese como referencia para saber cuánto habíamos ascendido en un determinado momento. Entonces me dijo:

-Nos queda aún un gran trecho. Matemos el tiempo conversando ¿Cómo ha sido tu estancia por ahí abajo?

-He visto poca cosa. No obstante, creo que lo más reseñable se resume en mi sueño más real. Durante la mayor parte de mi vida estuve enamorado de una misma mujer. Siempre desde la distancia, ya que jamás se lo dije. Pues bien, siempre que iba a enfrentarme a un reto especialmente importante, soñaba con ella. En el sueño me amaba, compartía su luz conmigo, y todo era tremendamente real. Hasta sentía el tacto de su mejilla cuando la acariciaba.

-¿Entonces lo más reseñable de tu vida es un maldito sueño?

-Es lo que ese sueño representa. Lo he encontrado en diversos momentos y con distintas formas. Cuando he podido cambiar una vida para mejor, o cuando alguien ha mejorado realmente la mía. Cuando he hablado sin necesidad de palabras con mi sobrino recién nacido. Cuando he logrado conocer verdaderamente a una persona, libre de máscaras y convencionalismos sociales. Cuando una expresión artística me ha conmovido hasta lo más profundo...

-¿Qué tienen en común todas esas cosas?

-Autenticidad y humanidad. A lo largo de mi vida he detestado por encima de todas las cosas los convencionalismos. Fingir que te gusta una determinada música o ropa porque están de moda, aparentar que encajas plenamente con el estereotipo social imperante...hasta que, por fuerza de la costumbre, terminas muriendo en ese ataud. Y a lo largo de mi vida me han deleitado las expresiones de autenticidad. Ver seres humanos al trasluz. Con sus particularidades, sus impulsos, preferencias y deseos.

Igualmente, siempre me ha asqueado la gente pretenciosa que toma como referente los ojos de los demás y no los suyos propios. Del mismo modo, he admirado a quien, simplemente, hace lo que siente. Sin buscar ser vista, ni oida, ni envidiada...simplemente ser. Conocer a esa clase de personas puede enriquecer mucho tu vida. Igual que escuchar el eco de grandes almas a través de una melodía o una obra teatral.

-¿Entonces las grandes personas que has conocido tenían ese denominador común?

-Sí, y a la vez eran únicas. Como en realidad todos lo somos, aunque muchos lo oculten. He conocido a grandes personas de espíritu aventurero, que podían iniciar un viaje de aquí a La India de un día para otro. Había otras que, como yo, eran más tranquilas y disfrutaban escuchando un recital de poesía o yendo a un concierto.

Todos somos únicos, y tenemos, por ejemplo, un ideal de belleza propio. A mí me volvían loco las chicas de formas delicadas y aspecto frágil. A uno de mis mejores amigos, por el contrario, le gustaban tipo Pamela Anderson. Y en cuanto al carácter, a mi amigo le encantaban las chicas enérgicas, hiperactivas y locas por comerse el mundo. A mí, sin embargo, siempre me gustaron con una sensibilidad muy desarrollada, un corazón enorme y un gran amor por las artes (y un punto de timidez, al igual que yo mismo).

-¿Conociste muchas "grandes personas"?

-Qué va, por eso digo que he visto muy poco. Diría que he desaprovechado el 70% de mi vida. Cogí un trabajo que no me gustaba pero me daba estabilidad. Mil veces quise dejarlo, pero al final nunca lo hice. Si pudiese hablar con alguien que vaya a nacer en este instante, le diría que nunca acepte el calvario de tirarse los días esperando que termine la jornada laboral, y las semanas esperando que lleguen las vacaciones. Al final, la mejor forma de ayudar a los demás es hacer aquello que se nos da bien y, además, nos estimula hasta el punto de sacar lo mejor de nosotros. Por eso el trabajo tiene que gustar.

Así, trabajaba un día tras otro, autoconvenciéndome de que no había grandes cosas más allá de las fronteras de mi mundo. Todo lo contrario que la chica a la que amaba. Sacrificó su estabilidad por un sueño. Fue más valiente. Y seguro que encontró muchas más pepitas de oro en el río de su vida que yo. Yo aprendí hermosas teorías, pero pocas veces las llevé a la práctica.

-Cuando llegáis a mi encuentro, la mayoría sois bastante sabios. Dentro de un rato descubrirás si lo que has aprendido puede servirte de algo.