Sebastianus Face II: Café Frío
Una secretaria de ochenta y tres años, vestida con minifalda y escote, y cuyo peinado no había cambiado en sesenta años, se pintaba las uñas con delicadeza detrás del mostrador. A su espalda, en la pared, una estantería llena de vasos y botellas de diferentes bebidas alcohólicas. Y en grande, el logotipo de la empresa: una rodaja de chopped gigante con las palabras “Micro-chopped” inscritas en su interior.
- Bienvenido a Micro-chopped, señor, ¿en qué le puedo ayudar? - dijo ella sin levantar la mirada de su manicura y con una voz ronca, sin duda de haber fumado tabaco, puros y otras cosas durante los últimos setenta años.
- Buenas tardes, señora…
- Señorita - interrumpió mostrando su mano desnuda -. No estoy casada.
- Señorita. Buenas tardes, soy Sebastianus Face, el señor Mirones me citó aquí.
- ¡Oh, por supuesto! Le esperábamos. Acompáñeme.
Con sorprendente agilidad, la secretaria se levantó y guió a Sebastianus por unas diáfanas oficinas donde un montón de hombres y mujeres mal vestidos con americanas, corbatas, camisas, y trajes-falda, se afanaban por teclear en sus ordenadores fingiendo que hacían algo productivo con su vida. Al final del recorrido, una puerta de cristal opaco con el nombre “Don Fermín Mirones” le esperaba. La mujer abrió la puerta y le invitó a pasar.
- El señor Mirones está reunido, pero en seguida estará con usted.
El despacho de Don Fermín Mirones estaba decorado con una total y absoluta falta de gusto. Tal era así, que Sebastianus creyó que le iban a contratar para buscar el sentido del ridículo del señor Mirones. Pero no era así. Mientras esperaba a su cliente, le permitieron sentarse en una incómoda silla de plástico rosa diseñada por algún misántropo que quería ver el mundo arder.
- ¿Quiere un café, señor? - dijo la vieja… digo, la secretaria.
- Sí, por favor.
- En seguida se lo traigo - replicó ella de mala gana mientras se iba a buscar el café.
Sebastianus observó el despacho más detenidamente. Frente a él había un escritorio gris de cristal opaco azul. Al otro lado había un sillón de cuero marrón. En la pared, tras el sillón, había una enorme foto enmarcada de un hombre cincuentón, con barriga cervecera, barba de tres días y unos pelos en el sobaco con los que se podían hacer cuerdas; completamente desnudo y cuyas partes nobles estaban tapadas por una botella de cava Codorniz Brut Nature. A la derecha había una estantería de metal de las típicas que uno espera encontrar en el almacén de una tienda. En ella había un montón de libros que más de un jefe debería tener: “Liderar a tu equipo sin utilizar látigos”, “Cómo evitar ser un acosador”, “Acostúmbrate, a trabajar se va vestido”, y un clásico: “Exigir mucho y pagar poco, manual del buen jefe”.
La puerta se abrió. Sebastianus pensó que era la vie… secreataria con su café, pero en su lugar entró un hombre cuya cara le resultaba familiar. Sebastianus se levantó rápidamente y respondió a la mano que le tendía el tipo.
- Buenos días, me alegro de verle. Soy el señor Mirones.
- Buenos días, un placer señor.
- ¿Lleva mucho esperando?
- No, para nada - replicó Sebastianus.
El señor Mirones tomó asiento en el sillón de piel y fue cuando Sebastianus se percató. El tipo de la foto de detrás del sillón era el señor Mirones. Un escalofrío silencioso y disimulado le recorrió el cuerpo.
- Dígame, señor Mirones - comenzó Sebastianus -. ¿Por qué me ha hecho llamar?
- No me andaré con rodeos, señor Sebastianus. He oído hablar de usted, y aunque he escuchado muchas cosas que no me gustan, dicen que es el mejor en su profesión. Y yo necesito al mejor, porque alguien me está jodiendo la vida y está intentando hundir mi empresa.
- ¿Cuáles son sus sospechas? - la puerta se abrió y la vieja. Sí vieja, no me voy a corregir más. El caso es que entró y dejó el café sobre el escritorio, delante de Sebastianus.
- Si quiere azúcar, se baja al pakistaní a comprarlo - dijo antes de irse. Sebastianus observó que el señor Mirones desviaba su mirada y observaba las piernas llenas de varices de la señora esa mientras se iba. Cuando se cerró la puerta Sebastianus le miró interrogante (esto es, enarcando la ceja).
- ¿No es maravillosa?
- Ehm… sí, supongo que sí. ¿Me indica, por favor, cuáles son sus sospechas? - inquirió de nuevo el detective, quien se sentía un poco incómodo por la situación vivida.
- Sí, bueno. Es complicado, pero verá - dijo Mirones mientras observaba el café de Sebastianus. Estaba en un vasito de cartón en cuyo lateral ponía “café” por si no eras suficiente inteligente para identificarlo por su olor, color o sabor -. Alguien está dejando tazas de café a medio beber por toda la oficina.
- ¿En serio me lo dice?
- Así es. Y esto desconcierta a los trabajadores. La señora de la limpieza no las quiere tocar porque dice que ha leído en “La Verdad Entre Líneas” que pueden llevar antrax, o gripe aviar. Las tazas pueden pasar tanto tiempo sin ser recogidas que algunas han cobrado vida y se han convertido en pequeños jardines de hongos. Necesito que encuentre cuanto antes al cabrón que se dedica a dejar el café a medio beber.
- Está bien. Pero entonces necesitaré hablar con sus empleados, y dar algunas vueltas por la oficina. ¿Es posible que me lleve algunas de esas tazas a medio beber? - dijo Sebastianus antes de dar un trago a su propia taza.
- Por supuesto - añadió Mirones levantándose y acompañándolo a la puerta del despacho -. Tiene mi autorización para hacer lo que necesite.
Tras la conversación con el señor Mirones, Sebastianus comenzó a recorrer la oficina. Fue primero a la zona de cafés, que se encontraba situada en la cocina. Allí había algunos trabajadores charlando animadamente sobre la última competición de Tapete de Ganchillo, el deporte nacional de Tomar por Culo.
Ahora viene toda la parte de la investigación, que resulta un poco aburrida de explicar. Pero supongo que cuando uno se enfrasca en narrar estas mierdas policíacas, tiene que dar algo de coherencia al caso explicando cómo descubren al bastardo delincuente. Así pues, Sebastianus dedicó un par de días a recorrer la oficina. Fue charlando con varios de los trabajadores, a cada cual más excéntrico y sospechoso de cometer delitos que, en Tomar por Culo, no estaban legislados como tales. Observó que las tazas aparecían siempre en los mismos sitios: junto al microondas, en la mesa del café de la cocina, en mitad del pasillo y tras el falso techo.
El segundo día cogió una de las tazas con unos guantes de latex y la introdujo en una bolsita transparente de esas que venden en el supermercado para congelar carnes y pescados (se supone que también verduras pero nadie congela verdura, seamos honestos). Con la taza se encaminó al CIPNOPTOPOC: Centro de Investigaciones Privadas y No Privadas de Tomar Por Culo. Un centro forense que trabajaba para la policía, la mafia y los detectives privados. Su prestigio era enorme, en Tomar por Culo, pero el hecho de que destruyeran todas las pruebas que tenían que ver con la familia Salami, el ayuntamiento y/o cualquier delincuente que pagara su cuota a los Salami, le restaba mucho prestigio internacional.
El edificio era, vamos a decir que no era bonito. Ya cada cual que escoja el estilo arquitectónico que le parezca más horrendo. A mí personalmente se me antoja como un edificio de Calatrava. En el interior, una recepcionista bebía whisky y fumaba sustancias ilegales en cualquier otro lugar del mundo mientras se reía de los chistes malos que veía en TuTubo.com.
- Buenas tardes - dijo Sebastianus. Pero la tipa, que en esta ocasión era joven y poco agraciada, pasó de su cara -. Buenas tardes, señorita - de nuevo le ignoró.
Sebastianus dio la vuelta al mostrador, situándose junto a la recepcionista. Agarró el monitor del ordenador y lo arrancó de cuajo, dejándolo de nuevo en su sitio con los cables colgando por ahí.
- ¡Eh! ¡Pero tío! ¿Qué coño haces?
- Buenas tardes. Quiero ver a July Jolly. ¿Puedes avisarla?
- No sé si tengo ganas.
- ¿Ah no? Igual la próxima cosa que arranque sean tus uñas como me toques mucho más los cojones, niñata. Llámala.
- Vale, tronco, que chungos os ponéis los abstemios - replicó ella. Cogió el teléfono y marcó -. ¿July? Sí, mira, aquí hay un gilipollas que quiere verte. ¿Que cómo se llama? ¿Cómo te llamas, lelo?
- Sebastianus Face.
- Sí Sebastianus Face. Sí. Okey, se lo digo. Pero que sepas que se ha portado fatal, es un… Me ha colgado, qué guarra.
- No me extraña que te colgara.
- ¿Sí? Pues no te digo lo que me ha dicho.
- Te ha dicho que ahora viene. La esperaré aquí.
- Tu que sabrás.
- La conozco. En fin, que te den, niñata.
Sebastianus se apartó un poco del mostrador. Al rato, July Jolly apareció por una de las puertas que daban acceso al hall. Estaba igual que Sebastianus la recordaba. Ella no medía mucho más de metro sesenta, era castaña y tenía unos impresionantes ojos azules. Hombres y mujeres se giraban al verla pasar, algunos de ellos se accidentaron con postes, puertas y/o escaleras, debido a la pérdida de atención en otra cosa que no fuera July. La llamaban la Medusa, porque su mirada podía helar al más pintado. Pero Sebastianus la conocía desde niña, y era prácticamente inmune a sus encantos.
- ¿De verdad eres tú, Sebastianus? - July no lo podía creer. Corrió hacia él y se fundieron en un abrazo - Pero cuánto tiempo. Te hacía, no sé… en cualquier lugar del mundo y hace poco me dijeron que habías regresado. No te había vuelto a ver desde la guerra.
- He viajado mucho, July. Pero he vuelto para quedarme.
- Dios, han pasado tantas cosas…
- ¿Te casaste finalmente con Benito Camela?
- Todo se fue al garete, Sebastianus. Pero no te quiero aburrir con mi vida. No al menos aquí.
- ¿Tal vez pueda invitarte a cenar un día y nos actualizamos?
- ¡Claro! Me encantaría. No suelen invitarme mucho. No sé, parece que repelo a los hombres.
- Yo creo que les intimidas - dijo con una mueca sonriente -. Escucha, siento no haber venido a verte antes. He estado liado instalándome y empezando con mis investigaciones.
- No te preocupes, lo entiendo.
- Debo ser franco. No he venido a verte sólo por saber de ti. Necesito ayuda y sé que tú puedes ayudarme.
- ¿Qué necesitas?
- Puedes sacar el ADN de esta taza de papel para café y cotejarlo con la base de datos. Estoy en un caso y necesito averiguar a quién pertenece.
- Por supuesto. Dame - July tomó la taza y dio dos besos a Sebastianus -. Te llamo en cuanto lo tenga. ¡Y mándame un mensaje para cenar por ahí!
- ¡Gracias July, eres la mejor!
Los siguientes dos días Sebastianus los pasó observando la oficina. Durante ese tiempo las tazas medio llenas de café dejaron de aparecer. Pero Sebastianus sospechaba de un par de trabajadores. A uno, siempre le veía merodear por las zonas cero, y cuando lo hacía, buscaba con la mirada a Sebastianus. En una ocasión dejó una taza durante unos segundos e hizo el amago de irse. Pero apareció Sebastianus y disimuló. Al otro lo veía todo el día en la máquina de café, se podía llegar a preparar quince o veinte cafés. Aunque no le había visto acercarse a las zonas clave, algunos cafés no los llegaba acabar. Los tiraba ya fríos por el retrete y se comía la taza en lugar de tirarla a la basura. Un tal Fran Angelico Licores de Avellana, se había mostrado muy colaborador. Solía ayudar a Sebastianus a vigilar las zonas donde aparecían las tazas de café medio llenas.
- Psé, detective. Ahí va ese cabrón de José Pérez con un café. Vaya a ver - le decía cuando detectaba movimientos extraños.
Pasaron hasta siete días y Sebastianus empezaba a desesperarse. Tampoco tenía noticias de July Jolly y del trabajo que le había pedido. Aunque no paraba de ver que en la red social Gramosinstantáneos no paraba de subir fotografías de los bocadillos, cervezas y cigarrillos que consumía. “¡Maldita sea, qué vagos son todos!” pensaba Sebastianus recordando lo trabajadores que eran en Dónde Cristo Perdió el Zapato.
- Mucho me temo que ese cabrón de los cafés fríos nos ha ganado - le decía Fran Angelico Licores de Avellana una tarde -. Y me jode porque, como te vayas, volverá a dejar esas tazas de café que tanto me desconciertan y tan nervioso me ponen. Estos días que has estado aquí, han sido los mejores desde que trabajo aquí. Sin esos cafés a medio beber.
- Sí, te entiendo - respondió Sebastianus, cuando de repente, le sonó el teléfono.
Sacó su móvil y abrió la aplicación “Quéappasha”. Un mensaje de July. Laboratorio le había devuelto la taza con el análisis. Tenía el ADN y estaba en la base de datos. Fichado por lamer farolas en la calle mayor. El nombre del tipo era Fran Angelico Licores de Avellana.
- ¡Me cago en tu puta madre! ¡Eras tú el de los cafés!
- ¿Cómo dices? - dijo Fran Angelico levantándose de su sitio de golpe.
- ¡Tengo tu ADN! ¡Has estado jugando conmigo!
Fran Angelico echó a correr y Sebastianus le salió a la zaga. Angelico tiraba cosas, sillas mesas, personas, grapadoras, pantallas, cubiertos de plástico y tazas, en aras de frenar el avance de Sebastianus. Pero Sebastianus estaba tan rabioso que, a pesar de todo, le iba acortando distancia. Finalmente consiguió acorralarlo en una sala de reuniones cuyas paredes eran de cristal y daban a la calle. Sebastianus, de forma casi inconsciente, saltó sobre él. Fueron a estrellarse contra la ventana, que cedió, cayendo los dos al vacío. Por suerte, sólo había un par de pisos. La hostia fue sublime, digna de videos de primera. Ambos se quedaron en el suelo tirados, muertos de dolor. La ambulancia tardó poco en llegar.
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- Buen trabajo, señor Sebastianus. He de decir que no confiaba mucho en usted cuando llevaba una semana trabajando. Pero vale hasta el último céntimo que pagué por usted - decía el señor Mirones, quien acompañado de su secretaria, había hecho acto de presencia en el hospital.
- No me ha pagado aún - respondió el convaleciente Sebastianus.
- Bueno, mi secretaria se ocupará de eso… - replicó Mirones antes de irse -. Buen trabajo - seguía diciendo por el pasillo.
Sebastianus giró el cuello para mirar a la butaca de su izquierda. Allí sentada, con una sonrisa afable, estaba July Jolly.
- Esperaba llevarte a un lugar más bonito para cenar.
- Yo me conformo con que te recuperes, Sebastianus. Me alegro de que hayas vuelto. Esta ciudad necesita más gente como tú.
- ¿Perdedores?
- Luchadores.