¿Pero está seguro que es de esta clase de culpa de la que le interesa hablar? Estoy convencido de que no tiene nada que ver con lo que pasó luego.
Bueno, puede que sí. Lo acepto. Puede que me ayudase a devaluar la relación, el amor, o el significado de cosas como la fidelidad o el compromiso entre dos personas, pero yo creo que no. Nada podía devaluarlos más después de lo de mis padres.
Se lo cuento. Esto va a parecer el decamerón, en versión bestia, pero se lo cuento. Y pensándolo bien, sí que me impactó. Entonces creí que no tenía importancia, pero puede que tenga razón.
No se apresure. Estoy ganando tiempo para ordenar las ideas y para atreverme. Venga, sí. Otro café. Gracias.
Pues allá voy: será un tópico, o lo que a usted le dé la gana, pero ya he dicho antes, en algún momento, que es verdad que cuando no tienes novia no te mira ni una, pero cuando tienes pareja empiezas a ser apetecible. Sí, se lo conté con el ejemplo de las setas de aquel colega mío un poco bruto.
Bueno, pues por duro que pueda parecer, las primeras que te miran son las que tienes más cerca, y por supuesto eso se refiere a las amigas de tu novia y a las novias de tus amigos. Las novias de los amigos se portaron de una manera completamente cabal, aunque con alguna broma más pasada de la raya que otra, pero bueno: me parece lo normal entre gente que se trata con cierta confianza. En cuanto a las amigas de mi novia, ya le conté que una quiso llevarme a la cama directamente y que me odia desde que la aparté con lo que ella llama malos modos. Las otras, de un modo o de otro, coquetearon conmigo. Y cuando digo de un modo o de otro no me refiero a insinuaciones, ni a nada por el estilo, sino a un comportamiento que seguramente se permitían por la seguridad de que no pasaría a mayores y por el simple placer del flirteo. Ya le dije que las que mandaban en el grupo eran las chicas y que los hombres teníamos algo de propiedad comunal. No sé explicarle el qué, pero ahora, con perspectiva, es la impresión que tengo de aquella pandilla.
Bueno, pues el caso es que llevaba yo como dos años largos saliendo con Laura, o puede que más, porque ya estaba en segundo de carrera, cuando Patricia, una de sus amigas, me invitó una tarde a tomar café en su piso. Patricia era una de las que más buenas estaban del grupo, una morena de ojos claros que sin ser escultural atraía la vista y la libido. Patricia tenía también novio, pero él sólo salía a veces con nosotros, porque estaba estudiando fuera y no venía todos los fines de semana. En realidad eran una pareja curiosa: ella pasaba en la ciudad el curso, porque era de un pueblo de la montaña, y justamente durante el curso estaba fuera él. No me extraña que lo dejaran antes de llegar a cuarto.
Supongo que con esta introducción pensará que Patricia me invitó a su casa, se puso tierna, y acabamos en su cama, ¿eh? ¡Pues no! ¡Ha perdido un comodín! La cosa fue mucho más retorcida, más en plan humanitario y más chunga, si quiere, porque la verdad es que lo pienso y aquella historia tuvo algo de maligno.
Patricia me invitó a su casa, que compartía con otras tres chicas, me invitó a café, y me dijo que Marián, una de sus compañeras de piso, estaba pasando una especie de depresión o un momento malo. Yo las conocía las cuatro y me extrañé un poco de que Marián estuviese así, porque siempre era alegre y chistosa.
Bueno, pues aunque no se le notase mucho, su amiga Marián estaba pasando por un bache bastante duro. Le iba mal con los tíos, se veía fea, estaba perdiendo la autoestima y se estaba empezando a desesperar, porque no se comía un rosco, pero no sólo con los que le gustaban, sino con ninguno: los tíos en general pasaban de ella como de la mierda y la pobre se encontraba fatal. Y a Patricia le daba mucha pena, y la veía cada vez peor, y pensaba que se estaba empezando a convertir en una maniática y una amargada, que ya no salía con ellas y se quedaba en casa rumiando los disgustos. O sea, todo muy negro y un poco desolador.
La verdad es que Marián, con ser maja y tener gracia, era fea de cojones. Podemos edulcorarlo como le parezca, diciendo que era amable, simpática, alegre, campechana, o lo que le da la gana. Pero era fea como un dolor, mal tipo, piel estropeada... ¡Un desastre! Y eso, por supuesto, es volver a lo de antes y a lo de siempre: a lo mejor en otra época hubiese habido siempre un roto para un descosido, pero en los tiempos que corren, de imagen, revista, cine y televisión rebosantes de buenos cuerpos y caras bonitas, ella esperaba un tío de buen ver, o regular al menos, y lo mismo por el lado contrario: cualquier tío, por adefesio que fuese, no estaría dispuesto a reconocer que lo que le convenía y lo más que podía pillar era una chavala como ella. O sea, que Marián se deprimía y el tío que le tenía que corresponder en justo trato se la debía de estar cascando a solas en alguna parte. Y en esas seguiría para los restos antes de presentar semejante novia a sus colegas.
Yo, como se puede imaginar, ante el rollo de Patricia me hice el sueco, y de hecho, no es que me lo hiciera, sino que en esos momentos era nacido y vecino de Estocolmo, y no de un barrio periférico, sino de la mismísima Gamla Stan. Mientras escuchaba me daba la impresión de que me estaban encajando uno de estos rollos que consisten en que el que habla simula que se compadece de alguien cuando en realidad lo está poniendo a parir ,y aprovecha esa falsa compasión para airear las miserias del otro sin que le llamen hijoputa. ¿A que le suena el mecanismo?
Bueno, pues allí estaba yo pensando que Patricia y Marián habían discutido entre ellas y que Patricia me usaba a mí para vengarse cuando, de pronto, después de mil rodeos, me suelta que si por favor me prestaría yo a acostarme con ella. Me acuerdo como si fuera ahora mismo: estaba dándole vueltas al azúcar del tercer café y volqué la taza. Luego, mientras me levantaba a por la bayeta y limpiaba el desaguisado, Patricia me dijo que no tenía a nadie más a quien acudir, y me repitió de mil maneras que era un favor muy gordo que tenía que hacerle, por una amiga muy maja, ¡y que tampoco era para tomárselo así! Yo le contesté que si tan amiga era de Marián, que se lo pidiera a su novio, y Patricia me miró como si hubiese dicho la mayor gilipollez de mi vida, porque esos favores hay que pedírselos a un amigo de confianza para que la cosa no se sepa, y no al novio de una, que te lo va a recordar toda la vida, con el mal rollo que da eso. Y además seguro que su novio la mandaba a la mierda, ¿y qué iba a pensar de ella? Proponerle eso era como darle permiso para que hiciera lo que le diese la gana por ahí, que ya lo estaría haciendo, pero sólo le faltaba ser ella la que lo metiera en la cama de otra tía.
Yo le opuse luego que también yo tenía novia, y que no podía hacerle eso a Laura, pero Patricia juró que Laura nunca se enteraría, y que además, conociendo a Laura, si se enteraba lo más seguro era que se partiese de la risa en vez de tomárselo a mal. Lo jodido del caso es que esto último era cierto. Veo que toma nota del detalle. Vale. Sus razones tendrá.
Yo le repetí que no, que ni de coña, que además Marián no me gustaba y que yo no era un objeto ni un puñetero consolador que se pudiese utilizar en plan terapéutico para un rato. Le dije, de hecho, que lo mejor que podían hacer era buscar un profesional, que también hay putos por ahí, y muy buenos.
Patricia me contestó que era un egoísta de mierda, que no tenían ni idea de dónde iban a encontrar un tío de esos, y que además les costaría una pasta y estaban todas sin un duro. Me dijo también, ya despectiva, que si en vez de hacer un favor a una amiga a la que yo también apreciaba se tratase de un rollo en un pub, o en una fiesta de la facultad, seguro que no hacía tantos remilgos, pero como era por alguien que lo necesitaba me hacía el estrecho.
Entonces fue cuando la cagué, porque se me ocurrió preguntar si Marián estaba al corriente del asunto, pensando que era imposible que una tía como Marián se prestase a una guarrada así, y va Patricia y me dice que sí, que hasta sabía que iba a proponérmelo a mí y le había gustado la idea.
Yo me quedé acojonado, por supuesto, y volví a negarme. Le dije a Patricia que ni en broma. Que no me iba a la cama con Marián ni por caridad, ni por sacarla del mal rollo, ni por nada. Que si ya sabía que la cosa estaba pactada no iba a servir de nada, y que después se sentiría aún peor.
Patricia me insistió en que de eso nada, que Marián lo que necesitaba, dicho crudamente, era perder la virginidad de una vez, y que en cierto modo era eso lo que la tenía medio obsesionada, porque cuanto más tiempo pasaba y más tíos la miraban con asco, más hundida se sentía. A mí el rollo ese no me convencía ni un poco siquiera y le dije que no, que por mí ya podía Marián cortarse las venas, pero que yo pasaba de todo.
Patricia entonces me dijo que me lo pensara y que le dijese que sí, por lo que más quisiera, porque no sabía cómo decirle a Marián que yo también me había negado. Que esa era la peor parte de todo el plan, porque había que decírselo para saber si aceptaba, pero una vez que había aceptado esa especie de terapia de choque que habían pensado las otras, si el tío decía que no, la cosa se ponía peor. Se ponía fatal. Ni se imagina lo que me insistió Patricia en la putada que iba a hacerle a Marián y en qué iba a pensar la pobre chavala de sí misma.
Pues tome nota, porque acepté. Sí. Debilidad ante la súplica humanitaria. Falta de principios. Falta de carácter. Fácil de manipular sentimentalmente. Apunte todo eso, porque acepté. Pero no levante aun el bolígrafo de la libreta, porque va a tener más cosas que apuntar, y a lo mejor de esto sí que extrae alguna consecuencia interesante sobre mí.
Porque dije que sí, pero le dije a Patricia que si tanto quería a su amiga, que se acostase ella primero conmigo. Tal cual.
No sé si fue por ganas de llevarme a la cama a Patricia o por buscar una escapatoria que echase sobre otro las culpas de lo que pudiera pasar. Patricia se quedó de piedra. Ella no tiró el café, pero se me quedó mirando como si le hubiese escupido en un ojo. No merece la pena repetir aquí los insultos que me dedicó, pero los resumo diciendo que fueron un recorrido por mi árbol genealógico y una serie de atribuciones profesionales no demasiado honorables a mi madre. Me sigue, ¿no?
Yo, que vi resuelto el problema, mantuve mis condiciones, diciendo que yo me sacrificaba, pero que si Marián era su amiga, lo normal era que ella no tuviese problema en sacrificarse también.
Para que no diga que me regodeo en detalles, le resumiré el resto diciendo que eran las seis y media cuando hablamos esto y a las siete me estaba corriendo salvajemente dentro de Patricia. Fue una cosa bestial. ¡No se imagina lo buena que estaba aquella chica y lo que gocé sobre ella! Puede que fuese más por la sensación de triunfo, o por haberla conseguido en cierto modo contra su voluntad, pero aquello fue la releche. No apunte ahí instintos de violador, que no hay nada de eso. Sólo que ella pretendía manipularme, o condicionarme, y me la acabé tirando. Tampoco hay que ser un maniaco para que te guste eso, ¿no?
De todas maneras, que conste que a ella también le gustó, y mucho, y cuando me separé de ella después de terminar no hizo ningún gesto de llorar, ni de vestirse rápidamente, ni ninguna otra señal de sentirse ofendida. De hecho, se quedó un buen rato desnuda a mi lado y llegó a reírse, exigiéndome que me portase como un campeón con Marián.
Sí, claro, por supuesto que cumplí mi parte: puedo ser un cabrón si quiere, pero no un timador. Patricia llamó a sus otras dos compañeras para decirles que no viniesen a casa hasta tarde, y cuando a eso de las ocho llegó Marián, Patricia tuvo un aparte con ella y me la encontré en su cama.
La verdad, la pura verdad es que la cosa no estuvo mal. La pobre chavala era fea y no tenía ni medio buen cuerpo, pero después de la satisfacción que me había dado a su costa, o por causa suya, me porté como un señor con ella. Charlamos un rato, le dije que era un verdadero placer y hasta un honor que hubiesen pensado en mí, la mandé ponerse encima para estar seguro de que la primera vez era ella la que controlaba la penetración y no hacerle ningún daño, y al final le hice dos faenas muy satisfactorias, sobre todo para ella. Tampoco me las doy de campeón del mundo, oiga. Si con veinte años no eres capaz de echar tres polvos en tres horas, mejor córtatela, ¿no? Y a mí también me gustó, no lo niego. No fue como lo de Patricia, por supuesto, pero como a ella le gustaba tanto, pues a mí me animaba. Todo muy bien, vaya: de hecho, quedé como Dios, porque volví a acostarme tres o cuatro veces más con ella en los meses siguientes, para que no se dijese que lo había hecho sólo porque me lo habían pedido. A lo mejor hubiese seguido haciéndolo durante más tiempo, pero la cosa debió de funcionar a la perfección, porque poco después se echó un novio, y hasta hoy: ya tiene dos críos.
Con la que no volvió a colar fue con Patricia, pero quedamos muy amigos. Une más un secreto que una pasión. Y más que un secreto, un delito, o una falta.
Y después de haberle contado esto, que le juro que sucedió tal cual se lo he dicho, ¿cree que puedo matar a alguien porque sí, sin un motivo bien concreto y sin ganar absolutamente nada a cambio? Que no: yo podría meterme a sicario si me muriese de hambre, pero no cometo un crimen gratis ni hasta arriba de porros.
Gratis, ni de broma.