La Primera Venida les cogió por sorpresa. Los humanos miraron al cielo horrorizados viendo una bola de fuego hacerse más y más grande, preguntándose si su vida había tenido sentido o si habían hecho lo correcto durante su corta trayectoria sobre la faz de la Tierra. No era la primera vez que pasaba, los dinosaurios ya tuvieron la ocasión de hacer examen de conciencia. ¿Enseñé a mis raptorcitos a compartir vísceras como es debido?¿Fui demasiado cruel con aquel tiranosaurio cuando le rasqué el bajo vientre para que le diera urticaria?¿Si todos los melanosaurios son negros, qué me comí ayer? Pero al contrario que los dinosaurios, los humanos obtuvieron respuestas. Además, su bola de fuego llevaba frenos magnéticos.
Aquella gran bola incandescente se mantuvo unos días girando en torno a la Tierra tapando la luna, y adoptó la forma de un triángulo luminoso con algo parecido a un ojo en el centro. La mayoría no tardó en captar la indirecta, y el Gran Debate tomó dimensiones planetarias. A pesar de las pistas que tuvieron, a día de hoy el debate no está resuelto, aunque el Transveganismo va ganando por goleada.
No es de extrañar; el cuadragésimo segundo día, Aquello se marchó, llevándose a unos pocos elegidos. Todos eran veganos de nacimiento. En el día de la revelación, todos los humanos escucharon al mismo instante una corta frase dentro de sus cabezas. La abrumadora mayoría consistía en un “No eres digno”, mientras que los únicos cuarenta y dos veganos de nacimiento que no trascendieron la vida terrenal ese día, escucharon: “Volveremos dentro de cuarenta y dos años, difunde la palabra”. Entre las voces que escucharon algunos, también se dieron algunos valores atípicos sin trascendencia estadística, como “Quémalos a todos”, “La cucaraacha, la cucaraaacha…” o “Quiero cacahuetes”.
Marcial tenía la cara llena de granos cuando fue elegido como uno de los Cuarenta y Dos, y para él, aquello fue el colmo. No había tenido bastante con aguantar las mofas de los compañeros de clase, sino que por culpa de su madre, de pura chiripa no se lo habían llevado sin ni siquiera haber llegado a besar a una chica o haberse comido un filete. Justo después del “…difunde la palabra”, escuchó otra frase en su cabeza que decía “Gracias mamá”. El gallo en mitad del gracias le delataba.
Así que Marcial gastó una considerable parte de sus ahorros ese mismo día en el Smokie Cow y se metió entre pecho y espalda un entrecot de un dedo de grosor. Un entrecot del grosor del largo de su dedo corazón, para ser más exactos. Ya tenía suficiente con su madre, no iba a venir un estúpido triángulo voyeur del espacio exterior a decirle lo que tenía que comer.
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Justo ahora, cuarenta y dos insípidos años después, recordaba con añoranza el sabor de aquellos primeros cortes sanguinolentos mientras miraba alternativamente a su plato de judías verdes con patatas y al rostro risueño de su hijo, sentado enfrente suya en la mesa de la cocina. Envidiaba la feliz ignorancia de Nicolás, pero ya era demasiado tarde. Antes de que se fuera a estudiar transveganología a la universidad, había intentado por todos los medios arrastrarle al dolor del conocimiento, pero Rosa era una transvegana estricta, como todos los habitantes de su puñetero país. Era delito carnal si quiera mencionar el sabor de un buen filete.
—¿No estás nervioso, Nicolás? —preguntó Rosa—. Los Cuarenta y Dos dicen que el Gran Ojo actuará en cualquier momento de esta semana.
—Bueno, Mamá, me he estado preparando para esto desde pequeño, pero sí, no te lo voy a negar. Se me ponen los vellos de punta.
—La carne de gallina, ¡la carne de gallina!
—¡Marcial! Los Cuarenta y Dos dicen que…
—¡Ni Cuarenta y Dos ni cuarenta y tres! Ya estoy harto. Mira Nicolás, ¿sabes una cosa? Yo fui uno de los que…
—Ya está con su fantasía de la revelación.
—¡Tú me creíste entonces! Nicolás, escucha. Tú no habrías nacido si no fuera cierto. Tu madre se enamoró de mí cuando le conté lo que me pasó ese día. A mí me eligieron para difundir la palabra, así que yo debería ser uno de los Cuarenta y Dos. Entre ellos hay por lo menos un impostor, y no me extrañaría que hubiera más de uno. Seguro que otros elegidos para profeta pasaron del tema como he hecho yo.
—Bueno, aunque tuvieras razón, eso no invalidaría las enseñanzas transveganas.
—Pero qué enseñanzas ni qué niño muerto. Sólo nos soltaron una frase estúpida y se largaron.
—No son ellos. Es Aquello.
—Qué más dará, si nadie lo sabe, por el amor de dios. Y ahora ese triángulo del demonio te llevará a alguna parte y ni siquiera sabemos si…
El tenedor y el trozo de patata que Nicolás se estaba llevando a la boca cayeron ruidosamente al plato mientras su ropa se posaba suavemente sobre la silla; el cuerpo que la llenaba, simplemente ya no estaba allí. Rosa miró a Marcial con lágrimas de orgullo en su rostro. En su cabeza, la abnegada mujer había escuchado un reconfortante “Buen trabajo”. Marcial, por otro lado, recibió un extraño mensaje de una sola palabra: “Morcilla”.
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—Estos precios son prohibitivos, Luxgor.
—Todo por mi horrorcito —contestó Luxgor, acariciándole los tentáculos—. Mira esto: “Velocirraptor a la onda expansiva. Unidades limitadas”.
—Muy caro, de verdad. Pedimos un plato de esto y si nos quedamos con hambre ya pedimos otra cosa.
—Vaaale.
—¿Se han decidido ya los señores?
—Pues de momento tomaremos un humano vegano en salsa de trilobites para compartir, gracias.