El sentido final

La mirada de Carlos ya mostraba signos del virus, el resto del grupo lo miraba consternado, su líder comenzaba el proceso de trasformación y luego en Fuengirola, solo serían seis las personas resistiendo tras los muros del Castillo de Sohail.

Europa yacía en penumbras, solo permanecían algunos bastiones de seres pensantes diseminados por ahí, todo se había vuelto oscuro y hordas de depredadores hambrientos caminaban sin rumbo, devastando todo a su paso, un paisaje desolador.

El grupo debía afrontar la inminente pérdida de Carlos, el cerebro y músculo, el que había librado mil batallas, el de la mano tendida y el corazón abierto en un mundo que paso de gris a oscuro en días. Justo, antes de entrar a la fortaleza, su brazo quedo atrapado en la boca de una persona sin alma y en ese instante, la suya tocó la puerta para despedirse.

El líder sintió irrumpir algo desde sus entrañas, una ola de escalofríos sacudió su cuerpo, en sus venas algo se movía a toda prisa, era el mal que andaba corto de tiempo y sin escrúpulos, avanzaba hasta su cabeza para formatearle la mente y convertirle en un ser sin alma. Carlos había proyectado este momento de mil maneras distintas, aun así, el miedo se hizo presente, todos los presagios oscuros eran pequeños al entrar el diablo en tu cuerpo, sus compañeros tendrían que sacrificarlo o acabaría con ellos.

Lo veía todo con claridad dentro de la oscuridad reinante, de una u otra manera dejaría de ser Carlos y decidió refugiarse en los recuerdos antes de dejar este mundo, pero la pandemia no le dio tregua y enseguida le clavó una filosa puntada en su cabeza, arrebatándole la visión, se hizo de noche y se vio sumergido en las mismísimas tinieblas.

—¡Por Dios, no veo nada! —Grito aterrorizado—¡Háganlo pronto Por favor!

Mientras la epidemia seguía su curso y le asestaba otro golpe, le desconectaba los auriculares, el silencio le aturdió, no llego a oír las palabras de consuelo de sus horrorizados compañeros, los mismos que debatían de quien tenía los cojones de acabar con el suplicio de Carlos.

El negro absoluto no fue suficiente y de repente el olor se esfumó, ya no veía, no escuchaba ni olía, el dolor en su cabeza era infernal, los agentes del mal percutían con ferocidad en el control de mandos, abatiendo también al sabor, solo se resistía un sentido: el tacto.

Entre el dolor insoportable reconoció unas manos acariciando su rostro y el beso de unos labios en la mejilla, luego vinieron abrazos húmedos y más caricias, el terror se apoderó de Carlos, cerró los ojos apagados, resignado esperaba el inminente desenlace. En un par de segundos el presagio le atravesó la frente, un destello se llevó su alma y el miedo desapareció junto a él para siempre.