Cuando nací lo primero que vieron mis ojos fue una vasta llanura llena de riqueza. Todo el alimento que pudiera imaginar estaba allí para nuestro disfrute. Después vi a varios de mis hermanos, que como yo se recostaban en el suelo de nuestra cueva. Arriba se observaba un vasto cielo blanco, cuya luminosidad se apagaba en determinados momentos del día, volviendo a resurgir al día siguiente para mostrar los infinitos prados llenos de los más diversos manjares. Aquello era sin duda el paraíso.
En los días siguientes a mi nacimiento, comenzamos a tener problemas con un depredador que, en ocasiones, rondaba nuestra cueva y devoró a alguno de mis hermanos. Pero, como sólo era uno, el resto podíamos escapar mientras se lanzaba sobre su presa, y yo nunca llegué a caer en sus garras. A pesar del peligro, mi vida seguía siendo maravillosa y cada día me encontraba más fuerte. Pronto me volvería adulto y podría volar para explorar nuevas tierras.
Pero un acontecimiento lo truncó todo. Durante un momento en que el cielo estaba apagado, se desató un terremoto seguido de un ruido ensordecedor. Todo comenzó a moverse, el suelo comenzó a rotar, las paredes de mi cueva se desprendieron y quedé atrapado en un amasijo de materiales que no podía identificar. Desde mi prisión, comprobé que ahora el mundo se movía a gran velocidad. Aquello era una locura, pues no sólo se habían derrumbado los cimientos del mundo, sino que ahora lo que quedaba de él viajaba velozmente a un destino desconocido.
De repente, todo se detuvo por un breve tiempo. A los pocos segundos, un estruendo insoportable se desató y el mundo comenzó a achicarse rápidamente. El cielo empezó a caer sobre mi cabeza y todo se volvió oscuridad. Después desperté en otra cueva, abrazado por mi madre y bajo un cielo que esta vez era azul. Espero tener más suerte en este nuevo mundo.
Historia de las dos últimas reencarnaciones de un alma. De larva de mosca nacida en una bolsa de basura durante una huelga de recogida de residuos que duró 6 días, a cría de ser humano.