“Llovía sobre el epitafio que amaneció cubierto de escarcha.”
Si empezamos así vamos a acabar mal, Cristina.
Una frase y dos tonterías: acabamos mal.
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Si no pones una coma en medio, resulta que sólo llovía sobre un epitafio: sobre el que amaneció cubierto de escarcha. Esa coma ausente da a entender que había otros. ¿Sobre los otros no llovía?
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Y a ver cómo explicas la lluvia y la escarcha, todo a la vez. Primero la escarcha, al amanecer, y luego, a las cinco de la tarde, la lluvia. Muchos cambios de tiempo para tan poca cosa.
No sé si quieres fijar la atención en el amanecer, la lluvia o la escarcha, o sólo hacer ilusionismo con palabras biensonantes. La frase es hueca. La frase es una bobería.
Y no me mires así, como si te estuviera pegando. Tu padre me contrató para eso: para corregirte y para hacer de ti una escritora de provecho.
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No sé de quién va a ser el provecho. Eso pregúntaselo a tu padre que es el que paga.
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Venga, mujer. No pongas esa cara. Ven.
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No. Tu padre no me paga también por acariciarte. No seas venenosa. Esto es de balde.
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Vaya: veo que algo has aprendido. Si: de balde significa también en vano. ¿No vas a darme un beso?
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¿Ni siquiera uno?
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¿Y a mí que más me da que tengas novio formal y vayas a casarte en marzo? Eso es un matrimonio de conveniencia.
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De mi conveniencia, no, por supuesto. No seas injusta. ¿Cómo puedo presentarme a pedir tu mano con lo que gano? ¡Me echarían a patadas!
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Mira: hago lo que puedo. Sigo mi vocación. Qué más quisiera yo que vender mis libros y no tener que dedicarme...
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Lo de complacer niñas malcriadas lo has dicho tú. Yo iba a decir a la enseñanza.
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¡Pero es mi vocación!, ¡debes entenderlo!
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Pues mira: no lo sé. No sé cómo se llama el hombre que, por no aceptar un trabajo digno, consiente que la mujer que ama se case con otro.
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No. Ese es el que consiente en el adulterio de su esposa y yo no hago eso. Insultemos con propiedad.
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Mira: vamos a dejarlo. Otra frase: “Y, sin embargo, murió sola”