Confesiones de un verdugo

Escogí este trabajo porque no hay ningún otro que conjugue sencillez y poder de una forma tan perfecta. Me pagan por hacer funcionar una máquina con la que, por unos minutos, me convierto en Dios. Hay algo que iguala a todos los hombres, y es que ninguno puede salir vivo de una sesión de garrote vil. Sus vidas, cualidades y logros no les salvarán. Yo tengo el poder de quitarles todo eso y seguir aquí para contarlo. Sería ideal que, como esos monstruos mitológicos, pudiese absorber las cosas que desease de cada víctima y volverlas parte de mí. Pero todo no puede ser perfecto.

Es cierto que no elijo a quienes mato, pero a cambio me los sirven en bandeja de plata. No tengo espíritu de cazador, y de otra forma me sería muy difícil satisfacer al mago. Me acompaña desde hace mucho tiempo, tomando formas diversas y hablándome con distintas voces. Le gustan el crujido de los cuellos y la brisa de los últimos suspiros. A cambio de su diversión, me lleva a visitar el universo cuando duermo.

Una vez me hizo despertar a un lugar absolutamente negro y silencioso. Me dijo que mi mundo estaba a años luz allí, pero tan lejos que ni siquiera podría intuir su forma. Y entonces escuché dentro de mí las siguientes palabras:

"Tu privilegio es la insignificancia. Eres un microbio en un mundo del tamaño de una mota de polvo. Por eso, los efectos de cualquiera de tus actos serán irrelevantes. Puedes hacer lo que desees con tu tiempo, porque el grito unido de toda tu especie no rompería ni por un segundo el silencio del universo. Tanto tu placer como el dolor que pudiese ocasionar, no son nada. Así que, si desde tu perspectiva ese placer te hace sentir bien, entrégate a él".

He realizado muchos otros viajes con el mago, pero éste me marcó especialmente. Siempre lo recuerdo cuando el color de la sangre me hace expandirme, y el mago vuela hacia el cadaver para disfrutar su aroma mientras nadie, salvo yo, percibe su presencia.