Los cíborgs, mitad orgánicos, mitad electrónicos se pasean con naturalidad por las calles de La Laguna. Muchos de ellos llevan mi logo en sus trasplantes, soy cirujano.
Mi trabajo es muy sencillo, escuchar los deseos del cliente y hacerlos realidad. Puedo implantarle desde un simple ojo ocular con vista perfecta, hasta un estómago inmune a cualquier veneno, el límite está en su cartera.
En mi clínica atiendo clientes de toda la provincia, algunos son veteranos de guerras que quieren gastar su dinero en renovar partes de su cuerpo que se les está acabando su vida útil y otros multimillonarios que quieren trasplantes para fardar en las fiestas privadas de las corporaciones.
Nunca me he puesto ningún trasplante. Prefiero seguir “de fábrica”.
Ha entrado un nuevo cliente.
—Necesito un juego de órganos completo desde la lengua hasta el corazón. Lo quiero todo nuevo, nada de ningún muerto. El dinero no es problema. Estoy harto de que todos mis amigos presuman de sus trasplantes. Me gustaría operarme lo antes posible, explica el cliente.
—De acuerdo, el martes le operamos.
En mi interior siempre pienso lo mismo cuando entra un nuevo cliente ¿Por qué alguien querría dejar su cuerpo de robot perfectamente ensamblado y convertirse en humano? Es algo que nunca entenderé.