Linda está tumbada en su cama. Se masturba. Acelera el ritmo y se detiene en una agitación elevando las caderas. El cuerpo se relaja y es como si el alma se elevara. Dentro de los pensamientos posteriores se imagina siendo un chico. Siente la curiosidad; la necesidad; el auto-poderío de domarse y encadenar otra masturbación. Agita la carne y siente las diferencias de sexos. El ritmo que crece sin embargo es idéntico. Al eyacular se forman estrellas en el fondo negro de sus pensamientos. Relajado el cuerpo, relajada la mente, se encuentra de frente a sí misma. Dentro de la imaginación más recóndita la Linda mujer y la Linda hombre se reconocen desnudos. Sienten la tentación de Adán y Eva y comprenden más aspectos de la vida; de la realidad; lo subjetivo. No es descabellada la idea de hacerse el amor, puesto que se conocen a la perfección. Uno viene (surge) del otro y no son parientes, son dos seres puros sin relación salvo la de ser tentados por la lógica del placer. Lo hacen y cada movimiento es armonioso. Hay una telepatía carnal y la culminación toma forma entrelazada. Al terminar se preguntan qué surgirá de esta fusión, qué clon nacerá y cuáles serán sus intenciones. Se imaginan (recuerdan) a los seres unicelulares, condenados a no evolucionar al procrearse y duplicarse siempre a sí mismos. De la unión de la diferencia nació el sol. Imaginan a su hijo, criatura que conoce por naturaleza los pensamientos y forma de ser de sus creadores, hermafrodita que se las apañaría para auto-penetrarse (Linda no lo puede evitar). De tal embarazo surgiría idéntico dios, que a base de romperse la inocencia poblaría un mundo de iguales que genéticamente no están preparados para inventar la bombilla, lo que significa que jamás habrá luz en el mundo de la oscuridad interior.