Carapantallas

Me desperté sobresaltado, una sensación extraña me invadía y repercutía por todo mi cuerpo. Fui directo al baño a tirarme un poco de agua por el rostro para despabilarme, el espejo me devolvió una realidad de arrugas y canas.

Se viene otro día de mi vida en bucle, aunque las señales que percibía eran totalmente opuestas a la cotidianidad, un eslabón estaba por romperse. El café hacia bien su trabajo, mientras la gran pantalla me preparaba para una nueva jornada bajo el mandato del Nuevo Orden.

Salí en búsqueda de la rutina, el decorado habitual de la urbe, todos los carapantallas caminábamos guiados por el casco yugular. Andaba distinto a sabiendas de que un suceso cambiaría o retocaría el orden impuesto —¿Qué será? — me preguntaba, los años borraron la última vez que había notado el mismo síntoma, para ser sincero solo me quedan retazos en la mente de ese día.

La muchedumbre se dispersa en grandes edificaciones sin amor y absurdos iconos de la civilización reinante, accedo en uno de ellos. Me dirijo a los grandes ascensores que nos depositan en nuestra celda numerada, la que esta provista de un ordenador y un teléfono. Así nos pasamos conectados a la nada, trabajando en blanco con datos sin sentido.

Las horas pasan sin más, sentado mirando fijo el monitor, ingresando información de las planillas que nos entregan los celadores. En esta celda solo estamos cinco personas y solo cruzo palabras con Raymond, un viejo calvo al que solo le quedan dos años para jubilarse. Lleva toda su vida trabajando en estas cuatro paredes, haciendo lo mismo que yo.

Son las ocho de la noche, fichamos y devuelta a casa, el mismo escenario solo que la gente quiere llegar rápido a casa para descansar, los carapantallas nos dirigimos a los autobuses sin cristales.

Las horas sin sentido, se fueron y amortizaron mis sensaciones, que volvieron repentinamente al subir al autobús, los carapantallas cerrábamos otro día como siempre. Quedaban cinco minutos para llegar a mi destino y tumbarme en mi catre, cuando de repente el vehículo se detiene de golpe, escucho unos murmullos y esté vuelve a rodar, una rareza.

El bus hace su parada, salgo y camino bajo la guía del casco, son setenta y nueve pasos hasta el portal del edificio, paso por las grandes puertas de acero selladas y recién me puedo quitar el yugo de la cabeza, con la mente dispersa voy a la habitación número catorce, acerco mi ojo derecho al sensor de entrada, la puerta se abre y accedo a mi espacio personal, en donde me esperaba una mesa, una silla y la gran pantalla, que reproducía las mismas noticias una y otra vez.

Se iba el día y el presentimiento parecía errático, no había signos de que algún suceso importante vaya a pasar, puse a cargar el yugo en el único enchufe del habitáculo, no sé porque, pero volví a conectármelo, la pantalla de bienvenida no aparecía, era extraño no fallaba nunca, de repente unas imágenes borrosas la asaltan y tratan de mostrarme algo. Un carapantalla avanza sobre unas calles llenas de edificios grises, se para en seco en uno de ellos, mira hacia la cámara que la enfoca y se saca el casco.

Era una mujer, con una mirada penetrante desafía el orden establecido, respira y respira sin que nada le ocurra, solo pasan unos segundos hasta que aparecen los agentes del Nuevo Orden para llevársela, mientras los carapantallas caminan sin darse cuenta de lo que acontece enfrente se sus narices cubiertas para evitar morir debido al aire contaminado y mortal desde la última gran tragedia mundial.

Solo faltaba unos minutos para la llegada del nuevo día, el presentimiento entró en juego y detonó, mí corazón palpitaba a mil, mi cerebro eclosionaba y saltaba la cerca, comenzaba a carburar lejos de lo establecido, un crimen capital. La imagen de esa mujer lo cambiaría todo y asomaba una pregunta tonta para una mente anestesiada, como la de todos los carapantallas: ¿Cómo pudo respirar sin el casco?

Una sola cuestión ponía patas para arriba toda nuestra vida, seria cierto o era un montaje, volví a ponerme el aparato protector en mi cabeza, y las reveladoras imágenes me devolvieron una fecha, el 17 de agosto de 2045.

Excitado, salí corriendo hacia afuera, pasé los dos portales con el yugo puesto, respiré profundo y al salir en la noche estrellada, me lo quité y por mis fosas nasales atravesó un aire fresco que atacó mi garganta. Con miedo volví a tragar una bocanada de aire y mis pulmones renacieron.

Rápidamente volví a acomodarme el casco, me había puesto a cubierto de las cámaras de seguridad fijas, pero temía que los drones vigilantes del Nuevo Orden me descubrieran entre las oscuras calles del gueto.

Un día nuevo asomaba en un mundo totalmente desconocido para mí, las semillas del Nuevo Desorden Mundial habían sido colocadas.