Cuando él se despertó ella estaba terminando de exprimir el zumo de tres naranjas para el
desayuno.
Paula se había despertado un poco antes que él. Estuvo un buen rato observándolo embelesada.
No podía creer que aquel adonis que tenía frente a ella le perteneciera. Lo olió con delicadeza, le
revisó todo el cuerpo, incluso las uñas, ya que ella pensaba que éstas dicen mucho de las
personas. No paraba de mirárselas y de repetir lo perfecta que las tenía. Lo único malo es que se
le estaban poniendo un poco moradas pensó.
Dudó un momento en si debería aflojarle o no las cuerdas alrededor de sus manos, pero desistió de la idea al creer que podría así escaparse.
Cada día se repetía a si misma: “Ya aparecerá, no te desesperes, los caminos del señor son
inescrutables”. Y nunca pensó que una tarde de miércoles de cenizas aparecería él, su futuro
marido.
- “Quien iba a creer que ayer mientras rezaba por la búsqueda de novio, Dios y la Virgen
Santísima se apiadarían de mi y me enviarían justo lo que les pedí: un chico rubio, caucásico,
con valores”, se decía a si misma mientras freía el segundo huevo.
Al oír el sonido de un golpe en el suelo, apuró el paso y llevó la bandeja con un café con leche, el
zumo de naranja, un cruasán y dos huevos fritos hacia la habitación.
Allí estaba él:
- Dios mío pero que guapo que es, susurró en voz baja. Vaya como se pondrán de envidia mis
amigas en cuanto se los cuente, pensó.
- Aquí tienes tu desayuno corazón, le comentó. Te voy a quitar la mordaza para que puedas comer
algo, añadió.
Y en cuanto comenzó a quitarle la venda, Juan coge aire y de una manera gutural y desde el
fondo de se estómago grita con todas sus fuerzas:
-¡Suéltame loca!
Fue lo último que se le escuchó decir ese día. A partir de entonces solo se le permitió decir y
ensayar una única frase al día:
-“Si quiero”.