Me arrestaron en una operación llamada "Asta"

Recuerdo, de una forma bastante vívida, unas imágenes que vi por televisión cuando yo tan solo era un niño. Eran las de una multitud de hombres a caballo, que entre una nube de polvo y griterío le clavaban lanzas a un toro. Éste se tambaleaba y, al final de todo aquello, yacía MUERTO, entre gritos y risas de los asistentes.

Yo era muy pequeño. Recuerdo que me pregunté si aquello que parecía tan real lo era o no, si era una película o algo por el estilo. Entonces recurrí a mi tía; ella me dijo algo así como que aquello era algo triste pero que no podíamos hacer nada. 

El caso es que aquellas imágenes me persiguieron toda la vida.

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Año 2015. Recuerdo la creciente polémica en las redes y en televisión respecto del toro de la vega. Me acostaba por la noche y, al despertar y poner el televisor, veía más noticias sobre el tema, sobre el, rompe suelas que era el astado que moriría ese año. Uno miraba en Twitter o Facebook y el mensaje violento se repetía una y otra vez: animalistas contra taurinos, debates en voz alta, enfrentamientos… Aunque no quieras eso te va calando. Porque si nunca lo has visto justo, si siempre te ha producido repugnancia, entonces… ¿Qué podía hacer?

Pasé días realmente cabreado. Sí. Pero una noche di con una idea. Podía funcionar ¿y si edito un vídeo de 'Anonymous' y enseño a la gente qué es lo que debe saber para bloquear los sitios web de Tordesillas? 

Aquella noche tenía trabajo. A las cinco de la mañana ya tenía un vídeo en el que explicaba el cómo 'crackear' las páginas relacionadas con el pueblo; simplemente monté una pieza con el editor de Windows, colgué el vídeo en YouTube y me fui a dormir. 

A las nueve y media me despertaron varias notificaciones de mi móvil. Salté de la cama, bajé a la cocina y me preparé un café con el móvil en la mano. Me senté a mirar el “alboroto”: el vídeo tenía cerca de 1500 visitas, ¿Cómo? ¿En apenas cinco horas? Incluso comprobé que el Diario de Valladolid lo había publicado y ya estaba en manos de la Policía.

"¿Y qué hago yo ahora?", me pregunté. Cinco cafés y 40 cigarrillos más tarde decidí esperar un día para ver qué sucedía, para más tarde borrarlo ¿Admitiría el juez esto como atenuante? "Ellos lo tienen ya, obviamente, pero quizá sirva para conseguir algo", me dije; ya sabía que me iban a trincar. 

¿Qué se siente al saberse jodido? ¿Qué pasa en ese momento? En realidad, sólo hay una sensación: el vacío.

Después, iban pasando los días con la certeza de que me iban a detener, quizá por ese silencio que cae después de pensar que, quizá, había cometido un delito. 

Yo no soy 'hacker' profesional. Dejé un reguero de pistas que se veía desde cualquier parte. Así que cuando me mudé a les Borges del Camp (dónde fui detenido) opté por no empadronarme. Quería ser “invisible” pero claro, ¿cuánto tiempo podía estar así? Incluso estuve una buena temporada yendo al médico como desplazado. 

Finalmente, terminé empadronado. Y se cumplió la profecía. Sin embargo, los agentes fueron tan torpes (con todos mis respetos) que llamaron a mi padre para decirle que tenían una carta para mí. ¿La Guardia Civil actuando en Catalunya? Alucinante. Cuando mi padre me explicó que les había dado mi dirección, supe enseguida que las cosas se iban a poner muy feas.

Poco después, mientras me preparaba para sacar a mi perro, tocaron al telefonillo: era "el cartero". 

Ciertamente, durante aquel tiempo había visto coches patrulla merodeando por el pueblo, cosa que no era nada normal. 

Pero bajé a abrir la puerta. Ante mí estaba un hombre vestido con el uniforme de Correos —con cartera y todo, un perfecto disfraz— que al punto me espetó: ¡Guardia Civil! Otros agentes aparecieron y yo les invité a pasar a tomar un café pero les advertí de que tenía la casa muy desordenada. Dio igual: me plantaron un papel delante de la cara en el que se podía leer que "se anula la inviolabilidad del domicilio de…". Ahí empezó mi pesadilla. 

Me trasladaron a la comandancia de la Guardia Civil en Tarragona. Me vi en un interrogatorio “made in America” con “poli” bueno y “poli” malo. Me da vergüenza reconocerlo pero canté a la primera. Como Pavarotti, vamos. Pero lo fuerte era que no iban buscando el vídeo que edité y publiqué, había algo más que no me querían decir. 

Los agentes me preguntaban una y otra vez quiénes eran mis amigos. Se ve que uno de ellos les había hablado de mí. Y yo no entendía nada de nada, ya que pensaba que ellos querían que les diese nombres o algo así. Y todo eso en una sala llena de ordenadores.

Después de unas dos horas llegó mi abogado, un convencido militante de Ciudadanos que, al parecer, le importaba un comino mi caso. Sin embargo, esa noche quedé en libertad como investigado. Todo parecía una cutre operación clandestina.

Luego asimilé un poco mi situación. En primer lugar me puse en contacto inmediatamente con una plataforma que se había ofrecido a asistirme gratuitamente, pero el modo que tenían de enfocar el caso me pareció un tanto escandaloso y demasiado mediático. 

Pero di con mi ángel de la guarda, la letrada Susana Rodríguez, ella supo tranquilizarme y llevo el caso de una forma estupenda.

Al final quedé absuelto por falta de pruebas. 

Lo puedo decir simplemente en esa frase, pero no fue fácil; el alcohol entró en mi vida, sobre todo para evadirme del asunto y por ayudar a una persona había comenzado una relación muy tóxica. Todo eso, afortunadamente, ha quedado atrás. Pero las huellas siguen ahí. La necesidad de escribir todo esto es, quizá, la mejor prueba. 

Hoy vivo tranquilo con mi perro y mi gato en Reus.

Fran Díaz