Son las 12 de la noche en una tranquila calle del Pinar de Móstoles. Está lloviendo a cántaros. Una joven muchacha está volviendo a su casa después de estar con unos amigos, pero se está mojando, no lleva paraguas.
La mujer anda tranquila, no tiene prisa. Disfruta de la lluvia resguardándose junto a los edificios. Escucha a lo lejos unos pasos de alguien que anda con prisa, cómo si persiguiera a alguien.
—Correrá para no mojarse—piensa, mientras aligera el paso. Las zancadas se escuchan cada vez más cerca, el individuo empieza a gritar, llamándola para que se detenga. Se vuelve. Ve a un hombre alzando algo semejante a una espada. Del susto la joven empieza a huir sin rumbo fijo. Pero él es más rápido y la alcanza. La coge del hombro, le da la vuelta y le espeta: “se te olvidó el paraguas en casa de Antonio”.