Akial. Los dos lados de un encuentro

I

Observatorio Espacial de Pasadena

Mirar ocho horas al día la pantalla de un radar es un trabajo para gente con paciencia. Y si el radar no está enfocado hacia el cielo o el océano, sino hacia el espacio, entonces se necesitan personas con una fe sobrehumana en su tarea.

John Hitch era uno de ellos. Llevaba cuatro años en el puesto y aún recordaba con deleite el día en que un cometa errante penetró en el área monitorizada. A partir de aquel instante comenzaron once semanas de actividad frenética, emoción y nervios, hasta cartografiar completamente el pedrusco, de setecientos metros de diámetro y una composición fundamentalmente silícea. Aquel había sido su mayor hallazgo, el único en realidad, y con ese alimento mantenía alta su moral.

Por eso a Hitch no se le escapó lo que otro cualquiera hubiese considerado un error electrónico.

Eran las cuatro y cuarto de la madrugada , hora local, cuando creyó ver un punto. Se trataba de una mota lo bastante pequeña para que su primera reacción fuese frotar la pantalla con la manga de su jersey, pero al comprobar que no desaparecía por ese procedimiento guardó sus coordenadas y se dispuso a consultar las bases de datos sobre objetos estelares para determinar qué era aquello que se acercaba. Estaba sólo unos cientos de miles de kilómetros más allá de la órbita lunar, lo bastante cerca para que la estación Selene pudiese obtener datos de él en pocos segundos pero lo bastante lejos para descartar, en un principio, que se tratase de un pedazo de basura espacial. Su tamaño, además, era inusualmente pequeño.

Hitch envió la orden de escaneado y esperó impaciente

Longitud, diecinueve metros. Anchura seis metros. Altura, seis metros, apareció en su pantalla menos de un minutos después.

Hitch estaba escribiendo en su teclado las instrucciones para determinar la composición química cuando el objeto desapareció.

—¡Maldita sea! Pero qué demonios...

Para entonces ya se había corrido la voz de que la base lunar Selene había detectado un objeto y los cuatro operarios de turno estaban tras la pantalla de Hitch.

—Se ha esfumado. —corroboró uno de ellos.

—Nunca vi que una piedra desapareciese de ese modo —se sumó otro.

La discusión no llegó a cuajar porque el objeto apareció de nuevo, pero a varias decenas de miles de kilómetros de su posición inicial.

—Ahí está de nuevo —celebró Hitch, anotando las nuevas coordenadas y enviando de inmediato las órdenes para los instrumentos encargados de determinar la composición del objeto.

Composición: sesenta y cuatro por ciento, aluminio. Once por ciento carbono. Diversas aleaciones metálicas y hasta treinta elementos en cantidades menores ,mostró el monitor de Hitch.

—¡Parece una nave! —exclamó Hitch.

—Demasiado aluminio. En realidad parece un avión —dijo Hobbson, que había guardado silencio hasta aquel momento.

—Busca en la base de datos —sugirió un tercero.

—No va a servir de nada. Sui se trata de un aparato militar no figurará en ninguna parte —respondió Hobbson.

Hitch tecleó las órdenes para el análisis de temperatura, pero tmpoco esta vez le dio tiempo a enviarlas: el objeto desapareció de nuevo.

—Ojalá vuelva—rogó Hitch en voz alta.

Sus deseo se cumplieron, pero el objeto apareció y desapreció otras cinco veces en menos de dos minutos, ocupando siempre posiciones distintas y alejadas entre sí.

—Es una nave. Y quien quiera que la haya construido tiene ventaja sobre el resto —dijo Hobbson, prudente.

—Eso parece.

El objeto permaneció en el miso lugar el tiempo suficiente para que la base Selene pudiese enfocar sus instrumentos y ejecutar el análisis térmico solicitado.

Temperatura media: cuarenta y cuatro grados centígrados, mostró el monitor.

—Ninguna piedra mantiene esa temperatura en el espacio exterior. Tiene que disponer de una fuente de calor. Como mucho, debería estar a cincuenta o sesenta grados bajo cero. Y eso como mucho...

—Pues mira esto —se sumó Hitch señalando una imagen espectrográfica que mostraba que el objeto contenía otra fuente de calor. Era el esquema típico de una nave tripulada.

—¡Hay que avisar de inmediato! —exclamó Hobbson, que era el responsable de aquel turno—. No lo pierdas de vista, ¿eh, Hitch? 

—Descuida.

II

Alfa Centauri. Civilización autodenominada Hurka. Centro espacial de Fiurty

—¿Qué demonios está pasando? —preguntó el comandante Zurgak al ver que la nave de pruebas iba de un lado a otro.

—Disculpe, señor, pero no lo sabemos —respondió Garteg, el operador al mando.

—¡Pues tienen que saberlo! —gritó el comandante.

—Disculpe, señor, pero hacemos pruebas precisamente porque hay un montón de cosas que no sabemos.

Zurgak paseó por la sala mirando fijamente al suelo. Sabía que necesitaba calmarse para obtener lo mejor de sí mismo y aquella era la mejor manera que conocía.

—¿Y dónde ha ido a parar? —preguntó.

—Cerca de los límites de la comunicación —respuso Garteg.

—O sea que a la tercera baliza...

—Más allá, me temo, señor.

Zurgak musitó una larga serie de maldiciones en voz baja. Era el responsable del nuevo sistema de teletransporte e hiperespacio después de que antecesor fuese cesado fulminantemente por error la mitad de grave que aquel.

—¿Más allá?

—Mucho más allá, pero las esferas de comunicaciones se teletransportan a la perfección. Van y vienen sin problemas. Es un gran avance.

—Un avance maravilloso—ironizó Zurgak—Eso será lo que le diga al Consejo cuando me pregunten qué ha pasado: la nave tripulada se ha perdido, pero las esferas de comunicaciones van y vienen sin problemas y nos informan al minuto de lo mucho que la hemos cagado.

—Cada nueve minutos, exactamente —respondió Garteg, inmune al sarcasmo de su jefe.

Zurgak paseó dos minutos en silencio.

—Y dónde ha ido a parar la nave tripulada? —preguntó cuando se creyó a salvo de responder on maldiciones.

—Cerca de la Tierra —murmuró Garteg.

—¡Pero por todos los volcanes! ¡Ese sitio está habitado! Cuando el consejo se entere me arrancarán una a una las escamas. 

—Le mentiré la próxima vez, señor.

—Encima no te hagas el gracioso. ¿Y qué sabe de Akial?, ¿cómo está?

—Todas sus constantes vitales parecen estables. En estos momentos duerme. Tampoco creo que sea para alarmarse tanto. Hemos perdido una nave tripulada cerca de la Tierra. Parece que la han encontrado. Bueno, ¿y qué? Hace años que estamos buscando el modo de entablar contacto. Estas cosas funcionan mejor cuando es la casualidad la que las provoca. ¿No le parece?

—Me parece que tú no se lo tienes que explicar al Consejo —respondió Zurgak, desdeñoso.

—Écheme la culpa de algo y lo haré.

Zurgak sopló en el rostro de su subordinado.

—Gracias. No lo haría ni aunque fuera verdad. Yo estoy al mando y yo cargaré con todo. Así son las cosas. ¿Crees que la capturarán?

—Ni siquiera les va a hacer falta. La inercia de la nave la dirige directamente hacia su planeta. Sólo que da esperar que resista el rozamiento con su atmósfera, pero se supone que debo resistir mucho más que eso.

—Pero podría haber otro error... —propuso Zurgak esperanzado.

—Por supuesto. Pero no cuente con ello. Un error que compensa las consecuencias de otro significa tener suerte, y en este departamento no hemos tenido suerte jamás.

Zurgak dejó de deambular y ocupó su puesto de mando.

—A la mierda todo. Llama al Consejo...

III

Base de Andrews

El general Nolan hizo el gesto de sacar un cigarrillo pero recordó que estaba prohibido. Luego recordó que nadie tenía autoridad para impedírselo y decidió que bien podía concederse aquella infracción por razones tácticas. Si la tropa podía consumir todo tipo de drogas en el campo de batalla, ¿por qué no iba a poder él fumarse un cigarrillo en aquella situación?

—Se declara esta sala zona de guerra. Puede fumar todo el mundo.

La frase del general fue seguida por un rápido murmullo de hombres y mujeres ofreciéndose y aceptando tabaco. Estaba claro que los que recopilaban las estadísticas sobre el descenso del número de fumadores no entrevistaban al personal del Estado Mayor.

—¿Cómo va todo? —preguntó Nolan al encargado de las pantallas de seguimiento.

—Mal, mi general. Cada vez aparece en lugares más cercanos entre sí, pero sigue esfumándose cada cierto tiempo.

—¿Y la trayectoria?

—Sigue directo hacia nosotros.

—Gómez, ¿qué sabemos de los transbordadores y del campo de energía? —preguntó Nolan al encargado de coordinar las fuerzas espaciales.

—Nada bueno señor. Se han encontrado con los rusos y con los chinos.

—Que los saluden. Se supone que colaboramos y en esta clase de misiones demierda, el más amable es el que está al mando.

—¿De veras?

—Los que se sienten inferiores no se atreven a parecer amables. Ordéneles saludar y dar la bienvenida. Eso les cabreará.

—Sí, señor —aceptó Gómez poco convencido.

—¿Quién más está al corriente? —preguntó Nolan.

—Los rusos, los chinos, los indios, los japoneses, los alemanes, los chilenos... —respondió alguien desde la zona de comunicaciones.

—¿Los chilenos? 

—Tiene un observatorio magnífico. También lo saben los australianos, los británicos, los israelíes.

—Déjelo, es igual. Lo sabe todo el mundo.

—La televisión pública australiana incluso ha hablado de ello en las noticias. Y se ha filtrado también lo del tripulante. Todo el mundo sabe que buscamos una nave extraterrestre tripulada.

—¡Joder! —exclamó Nolan arrojando el cigarrillo y pisándolo con furia acto seguido.

—Las casas de apuestas se están forrando con las hipótesis sobre el color y el nñúmero de brazos y piernas del extraterrestre.

—Habría que coger a toda esa gente y...

—El objeto se acerca al campo de energía número tres —gritó el operador de las pantallas de seguimiento, interrumpiendo la diatriba apenas comenzada.

—¡No lo activéis aún! No sabemos cómo se mueve ni si eso podrá dañar laq nave o herir al tripulante. Esperad todos a mi señal —ordenó el general.

—Los transbordadores rusos están más cerca y van a cerrarle el paso —anunció Gómez.

—¡Mierda! ¿Pero qué harán si no se detiene? No es tan fácil detener a una nave en el vacío. Y menos cuando se ignora absolutamente todo sobre su velocidad punta...

La respuesta llegó en las pantallas antes de que nadie tuviese tiempo de aventurar una conjetura. Los rusos habían lanzado una docena de misiles.

—¿Están locos esos hijos de puta? —preguntó Nolan en voz alta— ¡No pueden hacernos esto!

Los misiles rusos continuaron su trayectoria en las pantallas mientras todo el mundo contenía el aliento, deseando que la nave desconocida desapareciese una vez más antes de ser alcanzada. 

Pero no lo hizo. El primer misil llegó a ella, pero el punto que representaba el objeto desconocido permaneció en las pantallas. Y luego llegó otro misil. Y luego otro. Hasta que los doce hicieron blanco. Pero ninguno de ellos explotó.

—¿Qué demonios pasa?

—Preguntó Nolan.

—Los rusos acaban de anunciar que la han inmovilizado —explicó el responsable de comunicaciones. —Parece que lo están celebrando por todo lo alto —añadió.

—¿Inmovilizado?

—Cohetes magnético o algo así, he creído entender. En un par de minutos tendremos una traducción más precisa. Por lo que sabemos, esos cohetes pueden dirigir ahora la nave hacia la Tierra.

—Hacia su puto país, querrán decir. ¡Que todos los transbordadores rodeen de inmediato el objeto! Por lo menos tenemos que estar allí y sacar fotografías propias. —ordenó Nolan.

—Los chinos parece que han pensado lo mismo, Señor —informó Gómez.

—Bien. Me parece bien. Si no es nuestra, que sea de todos.

IV

Alfa Centauri. Civilización autodenominada Hurka. Mando Estratégico de Juop.

—Parece que la han cogido —lamentó Zurgak ante Anfir, el jede de todas la flota espacial.

Anfir asintió. En él, aquel gesto no anunciaba nada bueno.

—Permítame que resuma: envían una nave tripulada para realizar pruebas y acaba delante de las narices de la única exocivilización conocida, ¿no es eso?

—Más o menos, señor —reconoció Zurgak.

—¿Más o menos?

—Exactamente eso, señor.

—¿Y cuántos años de servicio tiene usted?

—Veintidós, señor.

—Y por supuesto, en veintidós años de servicio jamás se leyó el protocolo de actuación frente a los Humanos, ¿verdad? Nunca se leyó siquiera la primera página, donde se dice que la base fundamental de todas nuestras actuaciones será la no ingerencia, ¿verdad?

—Lo cierto, señor, es que ayudé a redactarlo. Esta última versión, para ser exacto, tras el incidente de...

—¡Cállese, idiota!

—Sí, señor.

Anfir señaló al enorme conjunto de pantallas que ocupaban el salón de operaciones y a toda la gente que se afanaba recopilando datos.

—Bien, pues celebro que sepa lo que dice el maldito protocolo, porque lo cierto es que ahora tienen una nave tripulada en sus manos.

—Podemos liberarnos si queremos —aseguró Zurgak.

—¿Seguro que podemos? Con el control de la nave que ha demostrado hasta ahora, no me extrañaría que si tratase de activar el impulsor de reserva acabase generando un agujero negro.

—Con su permiso, señor, estoy convencido de que...

—¿Convencido? Necesito algo más que eso. ¿Cómo funcionan los controles?

—Mal, señor. Muy mal. A veces, pero que eso, incluso —reconoció Zurgak.

—Bien, pues busque la manera de liberar a Akial y a nuestra nave de esos malditos artefactos que la llevan a su planeta. Y enseguida.

—Podemos intentar que se desmaterialice para un gran salto... En todo caso, si falla, nbo tendrán nada. 

—Pruebe con eso —aceptó Anfir.

Zurgak decidió jugar su última carta. La base principal de la estrategia consiste en convertir cada fracaso en una nueva oportunidad y todo el mundo reconocía su capacidad estratégica.

—O podemos no hacer nada en absoluto, señor —añadió.

—¿Cómo ha dicho?

—Nada. He dicho no hacer nada y dejar que se lleven a Akial y la nave. Ya sé que es ignorar completamente el protocolo, pero todo el mal que podemos sufrir ya lo hemos sufrido, y en cambio no hemos obtenido nada de lo positivo que podríamos obtener.

Anfir estaba enfadado, pero reconocía la valía de Zurgak. De hecho, pocos minutos antes había defendido vehementemente ante Consejo su continuidad como director de operaciones.

—El mal ya está hecho. Nos ha detectado. Saben que existimos. Saben a ciencia cierta que no están solos. Bien. ¿Por qué no les dejamos que intenten analizar a Akial y a la nave y mientras tanto los analizamos nosotros a ellos? Todo lo que sabemos sobre los humanos es difuso. Quizás deberíamos aprovechar esta oportunidad para saber más de ellos. ¿Qué mas podemos perder? Nunca conseguirán replicar la tecnología de la nave. De hecho, ni nosotros mismos sabemos muy bien cómo funciona, como es obvio...

—Es usted incorregible —se burló Anfir de mejor humor.

—Sí, señor. Eso me temo.

—¿Cuanto tiempo nos queda para intentar la desmaterialización?

—Cuatro minutos, señor.

Anfir hizo descender un comunicador sobre él y explicó brevemente la situación al Consejo, que aún estaba reunido. No le importó defender la tesis de Zurgak delante de él. El Consejo dijo que tendrían que deliberar sobre ello.

—Pero sólo nos quedan cuatro minutos —se angustió Zurgak.

—Cuatro minutos para desmaterializar la nave y traerla de vuelta, pero toda la vida para seguir su plan. Que deliberen todo lo que quieran: a partir del minuto cinco, la decisión estará tomada, y no será responsabilidad nuestra. ¿No le parece?

—Gracias, señor.

V

Nueva York. Asamblea General de la ONU. 4 días después.

Alial era una criatura de color gris azulado, cabeza desproporcionadamente grande para los estándares humanos y cuatro extremidades de aproximadamente la misma longitud. Las extremidades delanteras terminaba en unas membranas prensiles capaces de agarrar objetos y las traseras en una especie de callosidades que se aferraban al suelo. La principal peculiaridad que habían detectado los científicos en aquellos cuatro días era que no parecía intercambiar ningún fluido con el exterior, por lo que no cabía preguntarse si el aire de nuestra atmósfera era respirable para la criatura o no respiraba en absoluto.

Su fotografía, en sólo cuatro días, era ya la más reproducida de la historia, y circulaban miles de variaciones, tanto en revistas de moda como en diversos soportes publicitarios. Nadie se había privado de utilizar la imagen del marciano, como le llamaban, aunque lo único que se sabía a ciencia cierta de él era que no venía de Marte.

Tras muchos debates, las principales naciones había decidido compartir la información que pudiesen obtener sus respectivos grupos científicos, pero hasta el momento no habían conseguido descifrar apenas nada de la nave, salvo su composición química, muy parecida a la que las sondas habían anticipado.

La opinión pública se volvió literalmente loca con la noticia tanto que el Secretario General de la ONU solicitó que el alienígena visitase la Asamblea General cuanto antes, aunque fuese dentro de una especie de burbuja, como imponían las normas de seguridad biológica. Todo el mundo deseaba verlo moverse y actuar en presencia de seres humanos, más allá de las escasas imágenes distribuidas hasta el momento. Y sobre todo deseban escuchar su mensaje, si tenía alguno, aunque se tardasen años en descifrar su significado: no era tanto cuestión de saber lo que decía como de verle y escucharle decirlo asistiendo al momento histórico.

Las presiones del público eran tan grandes en todo el mundo, que los científicos no tuvieron más remedio que dar su brazo a torcer.

Hasta ese momento, no habían podido comunicarse de ningún modo con la criatura, que de vez en cuando emitía chirridos y sonidos guturales, y respondía bajo ciertos patrones a las estimulaciones sonoras, olfativas, lumínicas y táctiles, pero de manera que nadie lograba decirle nada ni entender lo que podía desear o lo que quizás estuviera contando. Lo único que estaba claro era que se trataba de una inteligencia superior, pues había llegado en una nave desde un lugar desconocido y con una tecnología muchos siglos por delante de la humana.

—Pero no podemos mostrarlo simplemente y leer nuestros discursos—se quejó el presidente de los Estados Unidos.

—Tenemos que dar la impresión de tener la situación bajo control —se sumó el presidente Chino.

—De acuerdo, pero lo cierto es que no entendemos nada, ni sabemos cómo decirle nada. ¿Qué hacemos entonces? —preguntó el presidente israelí.

—Crear un protocolo y respetarlo todos, coordinadamente —propuso el presidente británico—. De ese modo daremos la impresión de que hemos dado ya los primeros pasaos en el conocimiento de su idioma. Si nos ven hacer a todos los mismos gestos y dirigirnos a él del mismo modo, creerán que sabemos algo.

—Me parece buena idea —aceptó el presidente ruso.

—¿Eso no es fraude? —preguntó la presidenta alemana.

—Yo preferiría llamarle teatro, pero acepto su propuesta si ayuda a que nos pongamos de acuerdo—respondió el autor de la idea.

Los ocho mandatarios que se dirigirían al visitante aceptaron la norma. Sólo faltaba encontrar a un buen director de cine, o de ballet, que crease la coreografía.

VI

Alfa Centauri. Civilización autodenominada Hurka. Palacio presidencial.

El presidente Gukemp Asistía atentamente a la ceremonia oficial de bienvenida de la Asamblea General de la ONU. Entre otros mucho, los acompañaban Anfir y Zurgak, tras haber recibido las felicitaciones de todo el Consejo pro su decisión. O por la ausencia de ella.

Los instrumentos implantados en Akial eran suficientes para transmitir imagen y sonido a las esferas de comunicación que saltaban al hiperespacio cada nueve minutos. Sólo eran poaquetes de diez segundo de información entrecortada, pero era más de lo que jamás se había podido conseguir del planeta humano.

—Esto es realmente fabuloso —alabó Gukemp.

—Nos llevará años analizar debidamente toda esta información —enfatizó Anfir.

—Esta vez si habéis conseguido un aumento de presupuesto. Pedid lo que queráis —ofreció el Presidente.

—Nos gustaría enviar otra nave —propuso Zurgak.

—Eso no es mucho pedir...

—Quizás más de lo que parece, porque no sabemos cómo hicimos llegar esta hasta allí —reconoció Zurgak.

—Pero sabiendo lo que ahora sabemos podemos lanzar sondas...

—No me aburráis con vuestros tecnicismos —solicitó el Presidente, que revisaba una y otra vez los diez últimos segundos a la espera del siguiente paquete de información.

—Es realmente fabuloso. Parece un ritual arcaico —admiró Anfir.

—Yo creo que están intentando hablar con Akial —dijo Zurgak.

—¡Dejad ya de llamarla por su nombre! ¡Es una puñetera cabra, maldita sea! —se burló el Presidente.

—Sí, pero parece que ellos no lo saben —rió Zurgak.

—¿Qué demonios le estarán diciendo? —se preguntó el Presidente, uniéndose a la broma.

—No lo sé, pero me gustaría aún más saber qué es lo que creen que responde —dijo Anfir, generando una nueva oleada de risas.