10095 - Esquelas

Cuando asistí al grupo de alcohólicos anónimos no había tenido mi primera borrachera. Acudí después de aprenderme todos los síntomas de un alcohólico reincidente en Internet. No se les llama así claramente. El nombre que se usa es “Trastorno por consumo de alcohol”. La palabra trastorno hace que quieras dejar de preguntar más. Acudí después de asegurarme que estarían tan rotos como para no hacer preguntas. Las personas creamos mejor los lazos con gente tan herida como nosotros.

La primera vez que conté mi historia hablé de los temblores. De como ocurrían en las noches solitarias al borde de nuestra cama. Cuando ocurriese un terremoto yo ya estaría preparada. Había recorrido el pasillo con mis piernas fallando demasiadas veces. Cuando quería acabar de hablar empezaba a usar la palabra agonizar. La palabra agonizar hace que parezca personal y se acaban las preguntas. Lo que no conté es que la primera vez que ocurrió fue al darme cuenta de que no tenía sentido tener dos bandejas en casa.

María murió un miércoles. Yo tenía que escribir su esquela para el jueves. Un amigo me dijo que yo me dedicaba a mentir. Que escribir mensajes de consolación para gente que no me importaba. Que usaba palabras que realmente no sentía. Esa semana había escrito unas 20 esquelas. En todas ellas había escrito “partida”. Esa semana temblé mirando como se habían vaciado tus baldas.

Cuando llega un cadáver a la funeraria, la primera pregunta que se hace es cuánto tiempo hay que exponerlo. Se usa esa la palabra. Exponer. Porque el cuerpo lucirá tras un cristal antirreflectante. El paso al olvido empieza a ser una cuestión de dinero. Si los familiares viven lejos y necesitan un día para viajar, se utilizan químicos más caros para mantener el cuerpo en condiciones. Se puede congelar. La primera pregunta que se hace es cuánto tiempo hay que alargar la mentira de que sigue aquí. Nos dicen que el físico no es importante. Pero aquí es lo único que importa. Es lo que queda. Si el difunto va a ser expuesto poco tiempo, se coloca una capa especial de maquillaje en la que el cadáver sirve más bien como molde. Se pegan los párpados con un pegamento especial y se viste para el féretro. La palabra que usamos es exponer, deja claro que vas a ser visto desde la distancia. Si hay un cristal entre el cadáver y los asistentes es para evitar el olor. Para no recordar lo que es en realidad. Para que la ilusión de que aún no te has ido no se desvanezca.

La siguiente vez que hablé en el grupo dije que me costaba recordar el día a día. Recibí el murmullo de apoyo del grupo porque a ellos también les costaba recordar cuando no habían bebido. Cuando empecé a despertarme solo en una cama tan grande, no recordaba nada hasta bien entrada la mañana. Mis primeros recuerdos del día eran ya en la funeraria escribiendo. Los recuerdos se habían vuelto volubles y las mañanas un trámite corporal. Fui interrumpida por un compañero que dijo que si no se levantaba con resaca el día dejaba de importarle. Lo desechaba. Uso esa palabra, desechar, como si fuese un error vivir esas horas. Yo asentí y le di la razón. No creí que las horas fuesen desechables, solo olvidables.

Un día llegaron los familiares del difunto con un Médium. Quisieron encerrarse con el cuerpo antes del velatorio. Como habían pagado por una exposición de tres días, se les dejó a solas. Nosotros miramos por las cámaras que tienen micrófono y espiamos la sesión. Al acabar, los pocos asistentes estaban llorando todos, menos el Médium. Vi como el padre del chaval le costaba sacar la cantidad correcta de billetes a través de las lágrimas. El Médium se fue el primero. Al salir un compañero dijo que él no tendría cuerpo para hacer ese trabajo. Que dedicarse a llenar la cabeza de la gente con invenciones no era moral. Dijo moral porque creemos que las mentiras no pueden ser beneficiosas. Yo dije que todas las mentiras esconden algo de verdad.

Cuando llegas al edificio donde se realizan las terapias en la recepción conoces a Lidia. Ella guarda la entrada a los grupos de tratamiento. Me contó una vez que juega a intentar averiguar quién da su nombre verdadero en el formulario de ingreso. Me dijo que si un día todos los grupos coincidiésemos en una sala y nos llamara por el nombre no habría que usar más de quince. Que al decir Jose la mitad de la sala se levantaría. Los Alejandros serian multitud. Con Laura sería casi incómodo. Esa es la razón por la que para inscribirse no te piden el DNI. La primera mentira puedes contarla al entrar por la puerta. Pero ellos te dejan esconderte tras ella. Creo que ella sabía desde el principio que no venía por ser alcohólica.

Yo sí di mi nombre verdadero. Quería dejar un ancla a la realidad de todo lo que estaba a punto de mentir. Quería que sí iba a intentar convivir con tu ausencia seria con mentiras. Ya no he vuelto al grupo de terapia. Leí que uno de los síntomas es la tolerancia. Que cada vez tenías que tomar más alcohol para llegar a donde antes. Quizas escribo esto porque los minutos se han vuelto tolerables. Sí uso esa palabra; quizás. Es porque no me obliga a mentir.

Originalmente publicado para el concurso de relatos de abretelibro. Ahora lo comparto con vosotros