La primera vez que me inyecté insulina la persona que me la ofrecía tenía menos del 3% de grasa corporal. Levantaba 100 kilos de Press Banca mientras me hablaba sin mirarme. Llevaba 7 meses consumiendo solo pollo a la plancha y batidos de clara de huevo.
Me dijo sin apartar la vista del techo que tras un mes no necesitaria follar. Que mis pelotas dejarían de funcionar. A los 3 meses la piel se pondría tersa y reseca. A los 4 meses ya no volverías a ser atractivo. Dejaría de ser útil para la especie. Como un juguete demasiado usado.
El problema es la igualdad casi, escupió.
La gente piensa que la igualdad llega cuando un hombre y una mujer compiten en el mismo deporte, le oigo decirme. Pero cuando las mujeres entraron al culturismo se dieron cuenta que es solo un viaje de ida. Las que son como tú no les funcionaran los ovarios. Las que desean lo mismo que tú llevaran meses tomando clara de huevo para desayunar y ya no puedes llevarlas a la cama. Me dice todo esto mientras carga 10 kilos más en su barra.
Me pregunta si sé quien es la persona que más igualó a los hombres y las mujeres.
No respondo, odio las agujas y la insulina ya está recorriendo mi cuerpo.
Samuel Colt me dice. Antes a la guerra iban principalmente los hombres. Era una cuestión de fuerza y músculo. La muerte tenía pelos en las piernas. Luego llegó Colt y popularizó las armas de fuego. Logró que el mayor deseo de la humanidad, joderse los unos a los otros no fuese cuestión de fuerza bruta. Solo había que apretar un gatillo. Hasta un niño puede hacerlo, es como jugar con un juguete.
Comentó que igual debería añadir más peso mientras se incorporaba.
Dijo que lo pensase. Ahora ellas podían arrebatar una vida con pulsar un gatillo. Todos hemos oído hablar de la francotiradora de la segunda guerra mundial. Y por qué la recordamos me pregunta. Porque ahora todos podemos estar juntos cuando corra la sangre. Ahora ya no somos hombres ni mujeres, somos muescas en un fusil.
Antes adorábamos a palos de madera tallados. Ahora tienen tubos por dentro, mecanismos de cerrojo correderos y empuñadura de fibra de carbono. Pero seguimos danzando alrededor de ellos. Como un niño alterado por un juguete.
Ya no estaba levantando la barra, solo miraba al suelo y hablaba.
Lo que se necesita para igualarnos a ambos sexos no es el discurso. Son 9 milímetros de pólvora y una punta hueca. Un Glock no distingue a quien atraviesa, casi susurra. Nadie pensó en si el cañón de una Ak-47 tenía demasiada forma fálica. Las armas de la lucha por la igualdad tienen un sistema de recarga por gas a presión.
Puedes seguirme, dice, puedes petarte a levantar pesas. Pero bastará con un simple gatillo para que nada importe. Y dará igual quién esté detrás, acabarás como un juguete de trapo en el suelo.
Dijo que le parecía excitante. Todos arrodillaríamos ante un altar hecho de plomo y pólvora. No importaría quien fuéramos. Daba igual lo que tenemos entre las piernas cuando podemos aniquilarnos el uno al otro. Cuando el quién deja de importar y solo importa el cuándo, toda tu vida queda reducida a esa tensión constante.
Esto no va de tú y de yo levantando pesas en un gimnasio me dijo. Esto va de todos apretando un gatillo. Da igual lo bajo que llegue tú índice de grasa corporal. Toda tu vida, todas las claras de huevo que has comido, todos los discos que has alzado del suelo pueden acabar en cualquier momento.