Tac…Tac…Tac… Las olas golpean con desidia la embarcación de goma que navega sin un rumbo fijo. Una brújula rota apunta a ninguna parte. La inmensidad del mar Mediterráneo acongoja. La oscuridad lo engulle todo, incluidos los gritos de angustia. Gritos, al final, de silencio, porque no hay nadie para escucharlos. El frío de la noche cala los huesos hasta conseguir que los dientes castañeteen. El miedo se huele; y su hedor se mezcla con el de la desesperación y la incertidumbre. La muerte observa la estampa desde una esquina.
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