Desde el siglo XII, los eruditos, principalmente juristas, que enseñaban su saber en las universidades europeas se hacían llamar a sí mismos "señores" o domini, equiparándose con los nobles y los prelados. Por la importancia de su tarea, los estatutos de las primeras universidades peleaban porque su autonomía fuera una realidad. La imparcialidad de pensamiento vino durante mucho tiempo de los que tenían dinero, que era el que garantizaba la independencia frente a la aristocracia o la iglesia.
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