La vida de la pequeña Shui estaba a punto de apagarse. Se consumía del mismo modo en que lo había hecho la vida del niño que, en el último momento, la volvió a iluminar. Decenas de periodistas, locales e internacionales, se agolparon a la hora de la cena en el comedor de los Deng. Todos querían dejar constancia de lo que, en el país asiático, se ha calificado de milagro y en el extranjero de aberración.
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