Cuando estalla el ruido seco e intenso de los disparos, el comandante Rostislav Kasyanenko echa la rodilla al suelo y se acurruca tras un pequeño montículo de tierra fangosa. “Es fuego de ametralladora”, indica en un susurro su compañero del Ejército ucranio Serguéi Bodnar. Cerca, autobuses calcinados y oxidados muestran las cicatrices de lo que en otra vida fue la estación de autobuses de la próspera Pisky, a muy pocos kilómetros de la ciudad de Donetsk, controlada por los separatistas prorrusos.
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