El día que fui a entregar mi credencial de diputada al Congreso me sucedió una cosa curiosa: absolutamente nadie era capaz de hablarme de usted. El policía de la entrada que me pidió el DNI, los letrados, los ujieres, los informáticos… todos comenzaban a dirigirse a mí llamándome “diputada” y en menos de un minuto estaban llamándome por el nombre de pila y tuteándome como si nos conociéramos de toda la vida. ¿Por qué esta imposibilidad para cumplir las normas protocolarias en personas tan acostumbradas a ellas?
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