Desde los ochenta, cuando el fenómeno comenzó a ramificarse en todo el mundo, los microcréditos parecían intocables: para la opinión pública representaban la vía perfecta. Nadie los criticó. Sin embargo, en los últimos años han surgido una serie de estudios independientes, el más popular hecho por David Roodman, donde evidencia a través de los datos recogidos en en decenas de programas de microfinanzas en todo el mundo cómo, salvo en contadas excepciones, han sido un estrepitoso fracaso: "Su impacto sobre la pobreza es cero".