Con Pompeyo al lado del Senado y Cesar manteniendo la opinión de que el Senado es un lastre para el crecimiento de Roma, Julio es llamado a comparecer ante el senado, sin sus ejércitos. Julio Cesar se rodeó de sus legiones y se acercó con ellas hacia Roma. En un momento dado, llegó ante el río Rubicon, que marcaba la frontera entre las provincias a su cargo y el resto de la República. Sabía que si azuzaba a su caballo y seguía hacia adelante, se convertiría de manera automática en un traidor a Roma.